
Sentada en un banco de la acera con un carrito de compra a su lado, una señora extendía su mano sin cesar de musitar a cada viandante que pasaba "una ayudita por favor, pa comé". Frente a ella, en la otra acera, sentada bajo un soportal, una anciana huesuda mendigaba con cara lastimera. Unos metros más allá, sentada sobre la repisa del escaparate de lo que una vez fue una entidad bancaria (hoy cerrada y con los cristales cubiertos de pintadas), se encuentra una chica hablando sola, contándole al aire sus problemas. Comenta algo de un señor que la maltrata. Caminando sale a estampida un chaval con una chaqueta tejana raída, gritándole a una joven que viene con bolsas de la compra: "¡Belén, dame algo, que tú eres muy buena! Venga mujer, que trabajas"."No, ya no trabajo", le responde ella. "Bueno, pues lo que tengas". "A ver qué llevo suelto", dice la mujer, rebuscando en su bolso. Me fijo en la muñeca del chico: lleva un Casio A158. Antiguamente esos relojes eran los auténticos "dueños" de la ciudad. Modelos aptos para todos y que podías encontrar en todas partes. Junto con los "F" y algún "W", llenaban los barrios de la periferia. En torno a ellos giraba el ritmo diario de la mayoría de personas de toda escala social, pero principalmente la gente más humilde, y los pobladores de los barrios obreros.
Estas escenas que acabo de relatar (y otras similares) son cada vez más comunes, por desgracia, entre los que más padecen esta crisis. Más comunes en nuestros núcleos urbanos. Muchos de sus protagonistas son F91 en manos de jóvenes, pero también de muchos ancianos. Han sustituido su reloj "de siempre", el modelo a pilas o de remonte manual de toda la vida, por un humilde Casio. El motivo es que en sus relojes antiguos no veían ya la hora, o se les olvidaba demasiado habitualmente darles cuerda, o sus pilas les duraban un suspiro. Y ahora se agrupan a charlar en torno a las zonas de sol de los parques con sus modelos de Casio.