Los "mozalbetes" que corrían al bazar de su barrio llenos de ilusión y con los nervios a flor de piel, acompañados de sus padres, para salir con un Casio CA-85, o aquellos que pegaban su nariz ante el escaparate de las tiendas de electrónica babeando por uno de aquellos GM-40 con juegos, o de los M-52 con melodías, son ahora los que han crecido; de asombrarse ante marcianitos en un display digital han babeado ante féminas en minifalda y ahora, treinta, cuarenta años después, se dedican a ver los gastos de los colegios de sus hijos o las letras de su automóvil en hojas de Excel, en lugar de hacer las operaciones matemáticas más simples pulsando los minúsculos botones de su CA-85 de antaño.
Han crecido y, en la mayoría de las veces, su poder adquisitivo también ha aumentado. Ya no visitan bazares (si es que quedan), sino joyerías. Ya no buscan un reloj de resina hipnotizados por el bailoteo de sus dígitos en el display, buscan un reloj clásico con buena visibilidad, de robusta caja de metal y con armis o clásicas correas. Buscan, por lo tanto, Edifice y MR-Gs.