A principios de este año, varios países europeos (Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Noruega y Suecia) presentaron una propuesta a la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos (ECHA) con el fin de restringir el uso de los compuestos denominados PFAS (sustancias perfluroalkoxyalkane y polifluoralkylalkane). Las razones para hacerlo son muchas, y de mucho peso. Los PFAS son un grupo con más de 10.000 sustancias, con capacidad para mantener unos fuertes enlaces carbono-flúor que les confieren una gran estabilidad. Esta estabilidad, que juega a su favor en muchos productos de la sociedad de la electrónica actual, se convierte en un peligro cuando llegan al final de su vida útil, por su persistencia en el medio ambiente y su resistencia a la degradación.
Muchos estudios han confirmado su peligrosidad tanto en la naturaleza, como para la salud humana. Pueden mezclarse con el agua, pueden ser movidos a enormes distancias, y además pueden acumularse en los organismos vivos, llegando a través de la alimentación al cuerpo humano.