Imaginaros que hoy, en lugar de ordenadores de última generación, con complejos y pesados programas y con microprocesadores de arquitectura de núcleos, y memorias RAM de varias gigas de tamaño, la gente prefiriese comprar -y usar- máquinas de escribir. Imaginaros que compañías japonesas tan poderosas como Sony, o coreanas como Samsung, así como Acer, Asus y demás, tuvieran que reconvertirse y adquirir compañías clásicas de máquinas mecánicas de cálculo para poder seguir sobreviviendo. Imaginaros que fabricantes como Olivetti fueran los reyes y los que más vendiesen dentro de este supuesto, gracias a su posicionamiento, conocimiento e historia. Y que las tiendas se peleasen por mostrar sus máquinas de escribir mecánicas en sus escaparates y poder venderlas.
Imaginaros que nuestros antiguos Atari, los Spectrum y cualquier Siemens-Nixdorf o Toshiba de los ochenta o noventa, dejados de fabricar hace décadas fuesen, a día de hoy, mucho más superiores y con más funcionalidades que los modelos de ordenadores que lanzaran hoy al mercado. Que los títulos de video-juegos o de software de antaño fuesen más eficientes, estuviesen mejor programados, más completos, más atractivos, mejor diseñados y fueran más ágiles y con más características que los programados ahora, en el 2016, en pleno siglo XXI.