Si hay algo que siempre me molestaba bastante de los relojes de cuarzo, era el momento en que se acercaba el agotamiento de sus pilas. Por supuesto, no era el hecho del cambio de pila en sí, tarea a la que cada determinados años debías de enfrentarte, sino el no saber cuándo ese cambio se acercaba. La inseguridad que ese hecho te daba me inquietaba.
Es evidente que en los relojes con pilas de diez años de autonomía eso casi perdía importancia, era secundario en cierta forma, y por eso eran mis modelos preferidos. Pero en aquellos en los cuales la pila duraba dos, tres o cinco años, siempre estabas un poco en vilo. Sobre todo si hacías un uso intensivo del reloj, si lo usabas cada día, si recurrías a su alarma y si habitualmente usabas su función de iluminación, todo ello hacía que la energía de la pila se redujese notablemente y podías encontrarte un día, de repente, sin pila en el reloj.