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6.06.2020

Relojes en la literatura (25)



Título: La niña del mar.

Autor: Ramón Villeró.

Fragmento:


Mientras les hablaba, una muchacha del grupo no apartaba la vista de mi reloj. Era un reloj de pulsera, plano y de esfera ancha que había pertenecido a mi padre. A mí nunca me habían gustado los relojes, pero tras su muerte me acostumbré a llevarlo.

–Me gusta el brazalete que adorna tu muñeca –dijo al fin la muchacha.

–Es un reloj –contesté.

–¿Un reloj?¿Qué es un reloj? ¿Para qué sirve?

–Para fraccionar y medir el tiempo. Para saber en qué momento del día estamos.

–¡Qué raro! ¿Y para qué necesitas saberlo?

Le expliqué que nosotros dividíamos el día en veinticuatro horas.

–Así, por ejemplo, si te despiertas antes del amanecer y miras el reloj, sabes cuánto tiempo falta para levantarte.

Ella sonrió.

–A mí me basta con mirar el color del cielo –dijo. Y sus palabras encontraron eco entre la mayoría de los allí reunidos.

Poco después de esta conversación, nos acostamos. La caravana debía partir temprano y todos estábamos cansados.

Al amanecer, cuando ultimaban los preparativos, busqué a la adolescente –la reconocí de inmediato recogiendo una de las tiendas– y le regalé el reloj.

–Es muy bonito –dijo–. Siempre lo llevaré conmigo.

Pensé que a mi padre le hubiese gustado que aquel reloj que le había acompañado durante la mayor parte de su vida, sirviera ahora de pulsera en un mundo donde el transcurrir del tiempo no estaba fragmentado.

6.03.2020

Relojes en la literatura (24)



Título: De entre el humo.

Autor: Xabier Gutiérrez.

Fragmento:


-Sí, sé lo que vas a decir. La forma de garra que se les queda a las manos es impresionante. Es típico de los cuerpos calcinados -añadió el forense-. La razón es sencilla. Aguanta más el fuego la musculatura flexora que la extensora.

-Nunca me había tocado un caso con un cuerpo así de quemado -dijo Vicente.

-No te fijes en los dedos, fíjate en la muñeca.

-Parece un reloj. Lo que queda de él.

-Lo intentaremos sacar lo más entero posible para ver si podéis hacer algo con él. Se ve lo que podría ser el armazón de plástico, y el mecanismo de metal ha aguantado, pero no mucho. Ese era el detalle que al principio me hizo pensar que pudiera estar atado. Y no era así.

Vicente lo miró con detenimiento. El olor de la sala era diferente del día anterior. La atmósfera mantenía el aroma a quemado pero los productos químicos le estaban ganando la partida. Ese perfume aséptico se hacía cada vez más patente.

-¿Esto es la mano izquierda? -preguntó el subcomisario.

-No, no. Es la mano derecha.

-Ya, pero el reloj se suele llevar en la izquierda. Los mecanismos están hechos para que se manejen desde la derecha.

-Sí, yo mismo lo llevo en la derecha -dijo señalando su propio reloj. Vicente se quedó pensativo-. Lo voy a quitar con cuidado, pero antes quería que lo vieses. Haremos lo que podamos, aunque te garantizo que saldrá a trozos. Lo pasaré a los de la científica para que lo analicen. Igual sacan algo digno de reseñar.

5.29.2020

Relojes en la literatura (23)



Título: Al principio fue la línea de comandos.

Autor: Neal Stephenson.

Fragmento:

Si el vídeo se hubiera inventado hace cien años, tendría una ruedecita para la sintonización y una palanca para avanzar y rebobinar, y una gran asa de hierro forjado para cargar o expulsar los cassettes. Llevaría un gran reloj analógico delante, y habría que ajustar la hora moviendo las manillas en la esfera. Pero debido a que el vídeo se inventó cuando se inventó - durante una especie de incómodo periodo de transición entre la era de las interfaces mecánicas y los GUIs - tiene sólo unos cuantos botones delante, y para fijar la hora hay que pulsar los botones de modo correcto. Esto le debe de haber parecido bastante razonable a los ingenieros responsables, pero para muchos usuarios es sencillamente imposible. De ahí el famoso 12:00 que parpadea en tantos vídeos. Los informáticos lo llaman el problema del doce parpadeante. Cuando hablan de ello, empero, no suelen estar hablando de vídeos.

Los vídeos modernos habitualmente tienen algún tipo de programación en pantalla, lo cual significa que se puede fijar la hora y controlar las demás propiedades mediante una especie de GUI primitivo. Los GUIs también tienen botones virtuales, claro, pero también tienen otros tipos de controles virtuales, como botones de radio, casillas que tachar, espacios para introducir textos, esferas, y barras. Las interfaces compuestas de estos elementos parecen ser mucho más fáciles para muchas personas que pulsar esos botoncitos en la máquina, y así el propio 12:00 parpadeante está desapareciendo lentamente de los salones de Estados Unidos. El problema del doce parpadeante ha pasado a otras tecnologías.

Así que el GUI ha pasado de ser una interfaz para ordenadores personales a convertirse en una especie de metainterfaz que se emplea en cualquier nueva tecnología de consumo. Raramente es ideal, pero tener una interfaz ideal o incluso buena ya no es la prioridad; lo importante ahora es tener algún tipo de interfaz que los clientes usen realmente, de tal modo que los fabricantes puedan afirmar con toda seriedad que ofrecen nuevas posibilidades.

Queremos GUIs básicamente porque son convenientes y porque son fáciles - o al menos el GUI hace que así parezca-. Por supuesto, nada es realmente fácil y simple, y poner una bonita interfaz no cambia ese hecho. Un coche controlado a través de un GUI sería más fácil de conducir que uno controlado por los pedales y el volante, pero sería increíblemente peligroso. Al usar GUIs todo el tiempo hemos aceptado sin darnos cuenta la premisa de que pocas personas aceptarían si se les planteara directamente: a saber, que las cosas difíciles pueden hacerse fáciles, y las complicadas pueden volverse simples, acoplándoles la interfaz adecuada.

5.24.2020

Relojes en la literatura (22)



Título: Nuevamente Sturgeon.

Autor: Theodore Sturgeon.

Fragmento:


Observa el reloj que está sobre la puerta. ¿Observarlo? ¡Puedo oírlo! Bueno, pues escúchalo entonces, y mantén tu cabeza en el aquí y ahora, no empieces a fraccionar las cosas. Ese reloj debe estar enfermo, y atrasar como tres horas. Escucha cómo se lamenta.

5.19.2020

Relojes en la literatura (21)



Título: Los escarabajos vuelan al atardecer.

Autor: María Gripe.

Fragmento:


–¡Si, si! Debemos aceptar el trabajo –dijo David impacientemente. Cuando la señora Göransson entró en la habitación, Jonás estaba de pie junto al reloj, examinándolo.

–¿Qué haces ahí? –preguntó inmediatamente.

–¡Vaya un reloj antiguo tan curioso! ¿Funciona?

–No, no funciona. ¡Lo mejor es dejarlo en paz! –la voz de la señora Göransson se hizo más dura–: ¡Es inútil, no anda! Desde que alquilé la casa está sin funcionar.

5.14.2020

Relojes en la literatura (20)



Título: La última partida.

Autor: Tim Powers.

Fragmento:

La baraja fue empujada sobre el fieltro verde en dirección a Crane.

-¿Qué hora es? -preguntó con voz un poco nerviosa después de haberla cogido.

Durante el momento en que todo el mundo estuvo mirando su reloj de pulsera o torciendo el cuello para encontrar un reloj colgado en la pared, Crane desplegó los dedos de una mano para ocultar lo que iba a hacer, dejó caer la baraja en el bolso abierto que tenía sobre el regazo y sacó la baraja preparada.

-Las ocho y un poco de calderilla -dijo el que atendía el bar desde el otro extremo de la sala.

-Gracias -dijo Crane-. Siempre tengo más suerte después de las ocho.

Cortó la baraja que había sacado del bolso y juntó las dos mitades del mazo, pero aprovechó el momento en que éstas seguían encontrándose en ángulo recto con todas las cartas tocándose para hacerlas pasar la una a través de la otra como si estuviera separando dos peines que se habían quedado enganchados. Repitió la operación rápidamente varias veces, y en cada ocasión se las arregló para dar la impresión de que barajaba concienzudamente las cartas mientras que en realidad las mantenía en el mismo orden.


5.13.2020

¿Cuántos buenos relojeros quedan?


En una sección especializada de una revista se decía, allá por el año 1993, que solo 1 de cada 10 relojeros era capaz y tenía las habilidades necesarias para reparar un reloj con complicación, específicamente, un reloj como los que añaden cronógrafos. Estamos hablando, claro, de relojes mecánicos. Esto me ha hecho pensar, si en aquellos años en los cuales los relojes mecánicos aún tenían una cierta "presencia" en el mercado, ¿en qué porcentaje estaríamos ahora, teniendo en cuenta la escasez no solo ya de buenos relojeros, sino incluso de tiendas de relojería/joyería? Y es que, lo sabéis tanto como yo, muchísimos de ese tipo de negocios tradicionales han cerrado, unos por las crisis continuas del sector, y otros por el envejecimiento de sus propietarios y, por consiguiente, su jubilación. No sería extraño que ahora sería 1 relojero de cada 50, ¿tal vez de cada 75? ¿De cada 100?

Claro que también es cierto que, en estos tiempos de smartphones y de smartwatches, ¿de qué sirve una complicación? Se lo preguntaban a un relojero experto, hace muchos años ya, y decía que..., ¡para nada! O sea, es lo mismo que preguntar para qué sirve un reloj mecánico hoy, o incluso un reloj, a nivel general, si queremos ya irnos al grueso de la cuestión.

5.11.2020

Relojes en la literatura (19)



Título: Días sin ti.

Autor: Elvira Sastre.

Fragmento:

Te echo tanto de menos que en mi reloj aún es ayer.

(...)

Por ese mismo motivo, porque la conocía tanto como la quería, no hice nada el día que me abandonó y derrumbó los aviones, y sacó los dedos de mi pecho, y escupió los besos que teníamos pendientes, y se cortó los brazos para salir de mi cuerpo, y clavó las agujas del reloj en mi espalda, y mató a nuestro futuro hijo, que se deshizo en las raíces de un árbol ya marchito.

Nada cambiará


Por desgracia -os soy sincero-, no creo que casi nada cambie tras la crisis del coronavirus. Viendo lo que está ocurriendo, cómo la gente está saliendo del confinamiento tratando de seguir con su vida de antes, sin respetar distancia de seguridad alguna, la mayoría sin mascarilla, y sin ningún cuidado ni precaución para con su prójimo, cualquiera diría que buscamos contagios masivos. Todos tratan de volver al modelo antiguo, hacer lo que siempre hacían, y los gobiernos se esfuerzan en proteger el dinero sin que sufran demasiado las personas. Difícil equilibrio. Del coronavirus, exceptuando obviamente en el campo de la medicina, no habremos aprendido nada. Como dice un señor que conozco, después de esto "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". Es duro pero es así.

Pero mi mente desequilibrada parece que va a su propia velocidad, y hoy, tal vez en un desesperado intento para huir de todo esto, me ha "atormentado" con un sueño que me atrevo a compartir con vosotros.

5.09.2020

Relojes en la literatura (18)



Título: La ciudad.

Autor: Mario Levrero.

Fragmento:

Él movió la cabeza; no por obstinación, sino porque, según dijo, si se decidía a reparar la bicicleta era para sacarla de adelante, porque le estorbaba; y que ésta era la única oportunidad de venderla que tendría en mucho tiempo. Agregó que me haría un precio especial, por supuesto muy por debajo de lo que valía una nueva, y aun bastante por debajo del precio de una usada.

Le contesté que si dispusiera de mucho dinero, no tendría inconveniente en comprársela; pero que tenía el dinero muy justo y no quería quedarme sin nada. Entonces pedí disculpas por la molestia causada y me dispuse a retirarme; el viejo me llamó.

-Señor -dijo, sin elevar mucho la voz, y cuando estuve de vuelta junto al mostrador prosiguió, con tono de aparente inocencia-. Observé que su reloj, además de indicar la hora, tiene una agujita roja que señala la fecha. Yo siempre quise tener un reloj de ésos -bajó la vista con cierta turbación, como lo hubiera hecho un niño, al pedir algo fuera del alcance de sus padres-. Bueno, si usted quiere, podemos hacer un cambio.

En un primer momento la idea me chocó. Yo apreciaba mucho ese reloj. Hacía años que lo llevaba en la muñeca y, exceptuando el detalle mencionado de una costumbre suya, periódica, de adelantar hasta diez minutos, era realmente un reloj muy fiel. Y el hecho de canjear un reloj por una bicicleta me resultaba extraño. Pero, por otra parte, yo, en ese momento y en ese lugar, necesitaba mucho más una bicicleta que un reloj; y, además, por más cariño que le profesara, debía reconocer que era un reloj de poco precio -aunque no de los más ordinarios.

De todos modos su precio debía de ser mucho más bajo que el de una bicicleta. Me decidí de golpe.

-Está bien; pero me gustaría verla antes de cerrar trato.

-Venga dentro de una hora -me dijo-. Quedará totalmente satisfecho.

Me pareció que los ojos le brillaban de alegría. Insistí en algunos detalles -me interesaban fundamentalmente los frenos, las cubiertas y las cámaras- pero el viejo repitió que no debía preocuparme, y ya desapareció por la puerta, sin duda en dirección al taller, para poner de inmediato manos a la obra. Me fue imposible llenar la hora de alguna manera útil; la ansiedad, y la existencia de un plazo, me ponían los nervios de punta.

(...)

Tomó el reloj con manos temblorosas; enseguida lo colocó en su muñeca y quedó un buen rato observándolo. En ese momento me entró un arrepentimiento tardío, y empecé a extrañar la suave presión en la muñeca. Además, sentí una estúpida e imperiosa necesidad de saber la hora, pero no quise preguntarle.

Sorpresivamente sacó de uno de los bolsillos de su traje de mecánico un papel enrollado, que me entregó. Era, según dijo, un documento que había preparado, acreditando mi propiedad del vehículo. Sonreí, y le pregunté si quería un papel similar por el reloj, pero movió la cabeza en forma negativa.

-Un reloj es un reloj -explicó- y una bicicleta es una bicicleta.

5.03.2020

Relojes en la literatura (17)



Título: Razones para la alegría.

Autor: José Luis Martín Descalzo.

Fragmento:

Conozco personas cuya única ideología es elegir, entre las varias opiniones que circulan, la más puntera y avanzada. Gentes que se morirían ante la sola posibilidad de que alguien les tildara de "anticuados" o, lo que es peor, de "retrógrados". Hay quienes estarían dispuestos a dar su vida por sus ideas o por su fe, pero se pondrían coloradísimos primero y terminarían por fin traicionándola si en lugar de conducirles a la tortura les sometieran al único tormento de ser acusados de "beatos" o de conservadores. Son personas para las que no cuenta el substrato de su pensamiento, sino exclusivamente el último libro, periódico o revista que han leído. Son los tragadores de tiempo, los que creen que la verdad se rige por los relojes y opinan que forzosamente lo de hoy tiene que ser más verdadero que lo de ayer.

No parecen darse cuenta de que "el verdadero modernismo -como decía Tagore- no es la esclavitud del gusto, sino la libertad del espíritu". Tampoco se dan cuenta de que adorar a lo que hoy está de moda es dar culto a lo que mañana será anticuadísimo, porque no hay nada tan fugitivo como el fuego de artificio de la novedad.

Un hombre verdaderamente libre es aquel, me parece, que piensa y dice lo que cree pensar y decir, y jamás se pregunta si con ello está o no al último viento. Y será doblemente libre si no se encadena a grupos, a bloques de pensamiento.

5.01.2020

Relojes en la literatura (16)



Título: Lentejuelas.

Autor: Gary Jennings.

Fragmento:


De repente, cuando los sirvientes llevaron bandejas de hortelanos asados con mantequilla y alcaparras, y todo el mundo admiraba en silencio el plato, Autumn levantó la cabeza, la ladeó como escuchando algo distante y dijo, extrañada:

- Un reloj acaba de pararse en alguna parte.

Todos la miraron, incluidos los sirvientes, algunos sin comprender, otros con sorpresa, pero la mirada de Magpie Maggie Hag era fija e inquisitiva. El mayordomo del comedor sonrió a Autumn y observó:

- Signorina, todavía hace tictac -y señaló el valioso reloj de bronce dorado que estaba sobre la repisa de la chimenea y cuyo péndulo oscilaba con normalidad.

- No -dijo Autumn-, no aquí. En otro lugar.

- Signorina -insistió, paciente, el hombre-. Debe de haber doscientos, o tal vez trescientos relojes en este palacio.

- No obstante -dijo Autumn-, uno de ellos se ha parado. Lo sé. Sólo de oírlo parar he sentido una punzada en el oído.

4.26.2020

Relojes en la literatura (15)



Título: La ciudad, poco después.

Autor: Pat Murphy.

Fragmento:


Estaba saliendo el sol cuando la señora Migsdale salió de su casa de la calle Kirkham y se dirigió a la Playa del Océano. Llevaba zapatos sólidos de excursionista, calcetines de lana, una falda de tweed, una blusa de hombre y un abrigo que podría protegerla de la más furiosa de las tormentas. La señora Migsdale era partidaria de la ropa duradera.

Su delicado reloj de pulsera parecía fuera de lugar: era un objeto primoroso de oro, con un círculo de diamantes que refulgían alrededor de la esfera minúscula. El reloj lo habían perdido en su huida unos saqueadores, y la señora Migsdale lo había encontrado en la cuneta. Ella misma no quería tocar las baratijas rutilantes que se cubrían de polvo en los escaparates de las otras tiendas, pero recogió del arroyo aquel reloj, y se justificó a sí misma diciéndose que no lo había robado, lo había encontrado. El que encuentra algo, es para él.

4.20.2020

Relojes en la literatura (14)



Título: Sobre un pálido caballo.

Autor: Piers Anthony.

Fragmento:


Vio algo que emitía luz de forma intermitente. Era un reloj compacto en la muñeca de la Muerte muerta que difícilmente podía tener relación con el cadáver de Zane, quien había estado demasiado arruinado para rescatar su reloj de la casa de empeño. Seguramente formaba parte del equipo. Se inclinó, con cierta repugnancia, para quitárselo; después lo puso en su muñeca. Era pesado, unos cien gramos, pero se acopló con facilidad, como si le perteneciera, y la luz intermitente cesó. Era evidente que el reloj había llamado su atención para no pasar inadvertido; aquello concordaba con el oficio. Por supuesto era de un negro de luto; un instrumento con cuerda automática que parecía deslustrado, pero caro.

-¿Por qué utilizaría la Muerte un reloj mecánico, aunque fuera de buena calidad, en lugar de un sofisticado electrónico, o un reloj de sol mágico en miniatura? -Zane no podía contestar en aquel momento-. Tal vez el último que había ocupado el cargo de la Muerte fuera un conservador empedernido. Podría haber vivido siglos, antes de descuidarse y prescindir de las precauciones básicas.

(...)

El reloj empezó a destellar, llamando su atención. Era mecánico, pero había algo mágico en él. Las luminosas manecillas indicaban las ocho y cinco de la tarde, la hora correcta. Pero el secundario concéntrico rojo se estaba moviendo. No lo había hecho antes; los segundos se marcaban en una pequeña esfera insertada a la izquierda, en la parte opuesta a la ventanilla del calendario, que estaba a la derecha. Su pequeña manecilla continuaba moviéndose, y así supo que la función no había sido asumida por el secundario. ¿Qué estaba haciendo la manecilla roja? Mientras observaba, el secundario sobrepasó la señal del mediodía... y la manecilla de la pequeña esfera minutero situada debajo retrocedió desde nueve hasta ocho. El cronómetro estaba funcionando y ahora observó que corría hacia atrás. La manilla del secundario se movía en sentido contrario a las manecillas del reloj. ¿Qué clase de cronómetro era éste? Un cronómetro cuenta atrás, dedujo. El reloj le estaba diciendo que tenía menos de ocho minutos para hacer algo, o ir a alguna parte. Pero ¿qué, o dónde? Un escalofrío bajó por su espalda. Él era la Muerte, o un pobre facsímil de ella. ¡Tenía que ir y recoger su primer alma! Se rebeló. ¡No había buscado aquel empleo! Sólo las más extrañas coincidencias le habían llevado a esta increíble situación.

4.19.2020

La gran oportunidad perdida


Cada vez encuentro y veo a más gente con el Smart Watch de Apple, incluso a médicos con sus trajes de aislamiento, llevando con todo orgullo el reloj de la manzana podrida mordida. Muchísimas de esas personas son, además, mujeres, y de gran importancia en la esfera pública. Y, a la vez, cada vez me da más lástima de la gran oportunidad que perdió Casio para lograr un hueco muy bueno en ese mercado.

Inicialmente los diseñadores de Casio ofrecieron a sus directivos un diseño de reloj inteligente bastante parecido al que Apple presentaría, con unos pulsadores en lugar de corona, y unas líneas suaves y elegantes. Sin embargo, una vez más se lo rechazaron y, en su lugar, lanzaron un reloj cargado de testosterona, supervitaminado, con plástico por todas partes y multitud de recovecos que nadie entiende.

Relojes en la literatura (13)



Título: La perla rusa.

Autor: Phavy Prieto.

Fragmento:


-Esto es para ti -le advertí dejando aquel paquetito envuelto con un lazo sobre sus piernas y lo miró detenidamente para después mirarme a mí. En ese momento le quité la tarta que aún la sostenía en una mano y me senté a su lado-. Espero que te guste -añadí con cierta sonrisa poco convincente.

-¿Por qué me has comprado algo? -exclamó cogiendo aquel paquete -. No necesito nada, que hayas venido y te molestases en preparar todo esto ya era demasiado…

-Bueno…, yo quería que tuvieras algo que tuviera un significado para ti -me adelanté a decir, y en cuanto abrió el paquetito pudo vislumbrar un reloj.

-Es muy bonito -mencionó sacándolo de la caja.

Era un reloj de la marca Rolex, aunque realmente lo importante no era la estética, que por cierto era elegante y moderno.

-¿Te gusta? -pregunté.

-Sí -afirmó quitándose el que tenía puesto, y supuse que sería para probárselo.

-Tiene una inscripción -dije antes de que se lo colocara en la muñeca, y giró para leerlo.

Para mi asombrosa suerte, había tienda en el hotel que me alojaba y pude no solo comprar el reloj, sino que además le hicieran aquella inscripción grabada en su reverso.

"Solo tuya, Irina", esperaba que lo entendiera, porque había mencionado tantas veces que solo fuera suya, que podía incluso entender que necesitaba que lo dijera para creer que así no me marcharía con otro, que no le compartiría y que no le abandonaría como hicieron su madre y su abuela.

En el momento que alzó la vista tras leer aquel mensaje, sus profundos ojos azules brillaron y no supe si fueron de emoción, deseo o simplemente una mezcla de ambos.

-Solo tuya, siempre -aclaré y vi como él, sin dejar de mirarme, se abrochaba aquel reloj.

-Cada vez que mire la hora lo tendré presente -aseguró inclinándose para rozar mis labios-, sabré que eres mía -afirmó contundentemente.

Era suya, no como una propiedad o como un objeto, sino porque mi alma y mi corazón eran suyos sin lugar a duda.


4.15.2020

Relojes en la literatura (11)



Título: La ciudad, poco después.

Autor: Pat Murphy.

Fragmento:



- ¿Por qué te llaman La Máquina? - preguntó un rato después.

- Porque soy una máquina.

- A mí me pareces una persona normal.

- Pues no lo soy.

- ¿Una máquina como un reloj o algo así?

- Más delicada que un reloj. Me construyeron antes de la epidemia. La gente tenía mucho mayor dominio de la maquinaria complicada en aquel tiempo. Pero por eso sobreviví a la epidemia. Porque no soy humano.

4.14.2020

La casa en el confín de la Tierra

por W. Hope Hodgson



Mientras comía, recorrí la habitación con la mirada fija, abarcando sus diversos detalles y buscando aún, como inconscientemente, algo tangible a que cogerme, entre los invisibles misterios que me rodeaban. "Seguramente -pensé-, debe de haber algo...". Y en ese mismo instante, mi mirada se detuvo en la esfera del reloj, al otro extremo. Dejé de comer inmediatamente, y me quedé estupefacto. Pues, aunque su tictac indicaba, muy ciertamente, que seguía marchando, sus manecillas señalaban un poco antes de las doce de la noche; pero como yo sabía muy bien, era mucho después, cuando presencié el primero de los extraños incidentes que acabo de describir.

Durante un rato, permanecí confundido y perplejo. Si hubiese marcado la misma hora que cuando había consultado el reloj por última vez, habría concluido que las manecillas se habían detenido, mientras su mecanismo interno seguía marchando normalmente; pero eso de ninguna manera explicaría que las manecillas hubiesen retrocedido. Entonces, mientras mi fatigado cerebro daba vueltas a este enigma, se me ocurrió de pronto que quizá faltaba poco para la madrugada del veintidós, y que yo había estado inconsciente al mundo visible durante la mayor parte de las últimas veinticuatro horas. El pensamiento acaparó mi atención durante un minuto entero; luego empecé a comer otra vez. Aún tenía mucha hambre.


4.12.2020

El hombre en el castillo

por Philip K. Dick



El señor Tagomi dijo:

-Señor, tengo un regalo para usted.

-¿Perdón? -dijo Baynes.

-Para inclinarlo a usted a una actitud favorable.

El señor Tagomi buscó en el bolsillo del abrigo y sacó una cajita. Seleccionado entre los objetos de arte norteamericanos más selectos.

Extendió la mano con la caja.

-Bueno -dijo Baynes-. Gracias.

Aceptó la caja...

-Un grupo de oficiales se pasó la tarde examinando las alternativas -dijo el señor Tagomi-. Esta es una muestra realmente auténtica de la moribunda cultura norteamericana, un artefacto fino y raro que tiene el sabor de los viejos tiempos.

El señor Baynes abrió la caja. Sobre un trocito de terciopelo negro había un reloj de pulsera de juguete, con la imagen de Mickey Mouse pintada en la esfera.

¿El señor Tagomi estaba haciéndole una broma? Baynes alzó los ojos y vio la cara tensa y preocupada del señor Tagomi. No, no era una broma.

-Muchas gracias -dijo Baynes-. Esto es realmente increíble.

-No hay hoy en todo el mundo sino unos diez relojes Mickey Mouse auténticos, de 1938 -dijo el señor Tagomi, estudiando atentamente las reacciones del señor Baynes-. Entre los coleccionistas que conozco ninguno tiene esta pieza.

Entraron en la terminal del helicóptero y subieron juntos la rampa.



A cuarenta minutos


Tardaba cuarenta minutos exactos por mi F-91 en ir a su casa. Tenía que atravesar la parte alta de la ciudad, recorrer aquellos puestos que, en verano, se llenaban de frutas frescas, flores o ropa de temporada. Arriba, antes de doblar la esquina, se encontraba la tienda de artículos para artes marciales ante la cual me detenía para admirar sus katanas, con la revista Dojo enrollada en mi mano.

Su nombre me llenaba de poesía. Y dábamos clases por las tardes a niños con especiales dificultades.

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