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4.20.2020

Relojes en la literatura (14)



Título: Sobre un pálido caballo.

Autor: Piers Anthony.

Fragmento:


Vio algo que emitía luz de forma intermitente. Era un reloj compacto en la muñeca de la Muerte muerta que difícilmente podía tener relación con el cadáver de Zane, quien había estado demasiado arruinado para rescatar su reloj de la casa de empeño. Seguramente formaba parte del equipo. Se inclinó, con cierta repugnancia, para quitárselo; después lo puso en su muñeca. Era pesado, unos cien gramos, pero se acopló con facilidad, como si le perteneciera, y la luz intermitente cesó. Era evidente que el reloj había llamado su atención para no pasar inadvertido; aquello concordaba con el oficio. Por supuesto era de un negro de luto; un instrumento con cuerda automática que parecía deslustrado, pero caro.

-¿Por qué utilizaría la Muerte un reloj mecánico, aunque fuera de buena calidad, en lugar de un sofisticado electrónico, o un reloj de sol mágico en miniatura? -Zane no podía contestar en aquel momento-. Tal vez el último que había ocupado el cargo de la Muerte fuera un conservador empedernido. Podría haber vivido siglos, antes de descuidarse y prescindir de las precauciones básicas.

(...)

El reloj empezó a destellar, llamando su atención. Era mecánico, pero había algo mágico en él. Las luminosas manecillas indicaban las ocho y cinco de la tarde, la hora correcta. Pero el secundario concéntrico rojo se estaba moviendo. No lo había hecho antes; los segundos se marcaban en una pequeña esfera insertada a la izquierda, en la parte opuesta a la ventanilla del calendario, que estaba a la derecha. Su pequeña manecilla continuaba moviéndose, y así supo que la función no había sido asumida por el secundario. ¿Qué estaba haciendo la manecilla roja? Mientras observaba, el secundario sobrepasó la señal del mediodía... y la manecilla de la pequeña esfera minutero situada debajo retrocedió desde nueve hasta ocho. El cronómetro estaba funcionando y ahora observó que corría hacia atrás. La manilla del secundario se movía en sentido contrario a las manecillas del reloj. ¿Qué clase de cronómetro era éste? Un cronómetro cuenta atrás, dedujo. El reloj le estaba diciendo que tenía menos de ocho minutos para hacer algo, o ir a alguna parte. Pero ¿qué, o dónde? Un escalofrío bajó por su espalda. Él era la Muerte, o un pobre facsímil de ella. ¡Tenía que ir y recoger su primer alma! Se rebeló. ¡No había buscado aquel empleo! Sólo las más extrañas coincidencias le habían llevado a esta increíble situación.

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