Hace algunas semanas despertábamos con la terrible noticia de que una niña de sólo ocho años había sido la víctima más joven de China en ser diagnosticada como enferma de cáncer de pulmón. Los médicos han apuntado a la contaminación la causa de que esa niña haya desarrollado la enfermedad. Las partículas llamadas PM20, y los peligrosos compuestos NOx que desprenden los vehículos tienen buena parte de culpa. Pero también la industrialización masiva en China y la sobre-explotación, así como sus prácticamente nulas leyes anticontaminación (con la excusa de que necesitan contaminar para desarrollarse) tienen un gran porcentaje de culpa en ese peligroso esmog que rodea muchos de los núcleos urbanos de las ciudades en los países asiáticos. Lo vimos en India hace algunos meses, donde una espesa niebla de tóxicas sustancias contaminantes impedían casi que los monoplazas de Fórmula 1 se vieran el uno al otro, poniendo en peligro incluso la seguridad de los pilotos.
El planeta Tierra se está convirtiendo en un vertedero. Durante decenios el ser humano ha envenenado mares con residuos nucleares, ríos con metales pesados, y acuíferos y tierras con todo tipo de peligrosos compuestos químicos. Especies como el atún han retenido tal cantidad de elementos dañinos en su organismo -como el mercurio- que actualmente hay un debate muy encendido entre los expertos sobre aconsejar si se prohíbe definitivamente su consumo a toda la población o no. Por de pronto, ya no se recomienda su consumo a los niños y embarazadas. Increíble, inaudito, que por la mezquindad de la raza humana se llegue a prohibir el consumo de determinados alimentos, algo impensable hace solo unas pocas generaciones pasadas. Eso sin contar la atroz deforestación, y la grave amenaza sobre los ecosistemas más ricos del planeta, con plantas y animales que desaparecen antes incluso de poder ser catalogados. Si a nuestros bisabuelos les hubieran dicho que no podrían comer atún por la presencia de mercurio, ni merluza, o que la carne de pollo o de vacuno sería un peligro por la cantidad de antibióticos y hormonas de engorde que se les administra, no se lo habrían creído. Nos habrían tomado por locos y nos habrían asegurado que en un mundo así no querrían vivir. Pero nosotros estamos ya tan acostumbrados que a veces nos parece hasta algo natural.