El reloj de muñeca, ese pequeño aliado que nos acompaña en el día a día, nos marca el ritmo de la vida sin que apenas nos preocupemos por él... hasta que un día, sin previo aviso, su aguja se detiene o su display se apaga. Y ahí empieza el quebradero de cabeza.
El primer pensamiento es casi siempre de desconcierto: ¿Cómo puede ser que justo ahora se agote la pila? Como si hubiera un momento oportuno para ello. Luego viene la búsqueda de la dichosa pila, porque no todas son iguales, y el destino suele querer que la nuestra sea una de esas difíciles de encontrar, una rareza casi extinta en las tiendas de barrio. Y si, por suerte, damos con ella, nos asalta la siguiente duda: ¿Nos atrevemos a cambiarla nosotros mismos o mejor buscamos una relojería?