Vamos camino de los tres años de pandemia mundial, las autoridades han dicho que "hasta aquí hemos llegado" y ahora que sálvese quién pueda; fuera mascarillas y cualquier protección, vacunas solo para ciertos individuos, antivirales sólo en ciertos casos graves, y el resto a fingir que no pasa nada que hay que salvar la economía y comprar armas para enviar a Europa del Este, que son muy caras y de algún sitio tienen que sacar el dinero. De nuestro trabajo, por supuesto. Como siempre.
La inflación está disparada, los precios suben un 8, un 10 y en algunos casos se han incrementado hasta un 11%. Los combustibles están por las nubes, los productos básicos, la energía, la luz, el gas... Ni los más ancianos del lugar recuerdan unos niveles tan elevados de despropósito.
Desde los territorios más cercanos se levantan aires de guerra, llegan oleadas de refugiados que han salido de sus casas donde antes de ayer vivían una vida normal, en un ambiente occidental. Cogían el coche por la mañana para irse a trabajar, compraban en el supermercado como tú y como yo. Salían al cine o al bar a tomar una cerveza y relajarse. Y al día siguiente tuvieron que irse corriendo y meterse en un tren hacia lo desconocido con lo puesto.