Las compañías de tecnología llevan años viviendo una auténtica revolución, un cambio de su modelo de negocio y de su mercado que las obliga a unos desafíos cuyas consecuencias las lleva, en muchas ocasiones, al borde de la extinción. Lo hemos visto con Siemens, vendiendo su línea de electrónica de consumo a los chinos, con Philips haciendo otro tanto de lo mismo, o más recientemente, con LG siguiendo la misma senda. Anteriormente ya habían sido devastadas por esa vorágine firmas del calado de Telefunken, Amstrad o Grundig. Eso por mencionar algunas europeas, porque las japonesas no se han quedado atrás. Baste mencionar marcas como Aiwa, Sanyo o Radiola, que los que peinamos canas tenemos en nuestro recuerdo como buenas y fiables firmas de la tecnología.
Todas han sucumbido ante la pujanza de las chinas que, a precios más asequibles, y aun a pesar de su peor calidad, se han ido haciendo con el mercado.