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10.18.2020

Relojes en la literatura (65)




Título: Persiguiendo a Bukowski

Autor: Robert E. Howard

Fragmento:


- ¿Qué has hecho en la 431? - Me soltó casi ahogándose por el sofoco.

Me quedé patedefuá. Pensé que el gordo había perdido por fin la chaveta.

- Lo mismo que en las otras habitaciones - respondí, alzando las cejas -. Hacer las camas, quitar el polvo, pasar la aspiradora...

- Esto es muy grave, Maldon. Alguien ha robado un reloj en la 431.

- ¿Un reloj?

- Sí.

Me encogí de hombros.

- Yo sólo he hecho mi trabajo. Ni siquiera he visto ese reloj del que me hablas, Robert. No es asunto mío.

El gordo se rebotó.

- En eso te equivocas. A partir de este momento, ese reloj es asunto de todos los que trabajan en este hotel, y si consideras que a ti no te incumbe, ¿sabes lo que eso significa?

- ¿Es una pregunta retórica?

La jeta de Robert adquirió el color de un tomate maduro a punto de reventar.

- No estás en condiciones de hacerte el gracioso, Maldon. Ha ocurrido en una de tus habitaciones. Deberías estar preocupado.

Bocazas. Me quedé sin saber lo que significaba.

- Bueno, yo no he sido. Sólo puedo decir eso.

- Está bien. Tendrás que pasar un control a la salida.

- Vale.

- Y tendré que registrar tu taquilla.

- Adelante.

En mi taquilla sólo había perchas y restos de otros naufragios de tíos que habían pasado antes que yo por allí. Lápices, un paquete de chicles, algunos folletos y cosas así. Yo no me había molestado en limpiarla.

El gordo se dio la vuelta decepcionado.

- Muéstrame tu cartera, por favor. - Dijo a continuación.

- ¿Mi cartera?

Con gesto de resignación y un bufido de incredulidad la saqué de mi bolsillo y abrí cada uno de sus departamentos. Había poca cosa que ver allí.

- Oiga - le dije -. ¿Cómo puede estar seguro de que el cliente no está mintiendo?

Entonces Robert me miró como si, de pronto, yo me hubiera puesto a hacer el pino.

- El cliente siempre tiene razón.

Ni que decir tiene que el dichoso reloj no apareció jamás. Corrieron rumores de que el peluco era un Cartier con incrustaciones de brillantes. Otros se apuntaban a la teoría de un Rolex putamadre con antena parabólica. Total, que al final lo único de lo que todos estábamos seguros era de que no se trataba del Big Ben. El seguro del hotel se hizo cargo de la historia y aquí paz y después gloria.





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10.15.2020

Relojes en la literatura (64)




Título: Nosotros

Autor: Yevgueni Zamiatin

Fragmento:


Cuando regreso a mi casa, las calles aparecen como sumidas en su letargo verdoso, las lámparas arden fulgurantes. Pronto, las agujas del reloj pasarán de una determinada cifra, y luego..., estoy seguro..., haré algo inaudito. En mi interior oigo el tic-tac de un extraño reloj. Es mi corazón. Y éste quiere que las gentes piensen que estoy con ella.

Yo, en cambio, sólo la quiero a ella. ¿Qué me importan sus deseos? No tengo la menor intención de correr los cortinajes para complacer a gentes extrañas.




10.13.2020

Relojes en la literatura (63)




Título: El coleccionista de relojes extraordinarios

Autor: Laura Gallego

Fragmento:


El joven sabía que había llegado a tiempo, pero no por ello bajó la guardia. Podía sentir perfectamente la impaciencia de lord Clayton. Sabía lo que sucedería sí se interponía entre aquel hombre y lo único que ansiaba en el mundo, pero no tenía otra opción.

- ¡Tres!

Por fin el objeto había hecho su aparición sobre el mantel de terciopelo que cubría la mesa. Lord Clayton había tenido que contenerse para no saltar sobre él.

Era un reloj.

El legendario reloj de Madame Deveraux, una cortesana que había vivido en el París del siglo XVII y que había recibido aquel lujoso regalo de manos del mismísimo rey de Francia. Aquel objeto era una joya: se trataba de un reloj de mesa caprichosamente labrado en oro y adornado con figuras de querubines que sostenían el sol, la luna y los planetas, y giraban con lentitud, ejecutando una pausada danza, en torno a la esfera, de manecillas de oro y cuajada de refulgentes piedras preciosas.

- ¡Cuatro!

El reloj Deveraux no tenía precio, pero lo habían sacado a subasta aquel día. Desde su puesto al final de la sala, Jeremiah casi podía visualizar a lord Clayton frunciendo el ceño y clavando las uñas en los brazos de su asiento. Para todas las personas reunidas en aquella sala, el reloj Deveraux era una joya de incalculable valor. Para dos de ellas, en cambio, contenía un secreto que jamás había sido desvelado. Uno de los dos deseaba descubrirlo; el otro, ocultarlo.

- ¡Cinco!

Los más poderosos pujaron por el reloj. Lord Clayton permaneció callado, en tensión, mientras las cifras ofrecidas por aquel extraordinario objeto se disparaban una y otra vez. Finalmente, cuando parecía que el reloj Deveraux iba a caer en manos de un nuevo rico que no lo encontraba bello, pero que deseaba demostrar que estaba a la altura de los nobles más encopetados, la voz de lord Clayton se alzó entre la multitud, fría y desafiante, ofreciendo por el reloj mucho más de lo que nadie estaba dispuesto a pagar.

Hubo murmullos en el salón. Todos conocían la inmensa fortuna de lord Clayton; sabían que podía comprar cualquier cosa que deseara. Tras un breve forcejeo verbal, el acaudalado burgués bajó la cabeza y reconoció su derrota: se veía incapaz de mejorar la oferta del noble.




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10.10.2020

Relojes en la literatura (62)




Título: Palabras son amores

Autor: Jose María Cabodevilla

Fragmento:


Las palabras son lo único que no se lleva el viento. Las palabras quedan, más duraderas que el bronce. Mueren los imperios, los monumentos se derrumban, perecen los hombres y bajan al pozo del olvido. Pero antes de expirar, el moribundo pronunció una frase entrecortada, la última que a duras penas pudo articular. Sus hijos la recordarán mientras vivan, lo mismo que su madre había recordado siempre aquella primera palabra que él balbuceó un día, ochenta años atrás. Entre un extremo y otro, la vida humana está hecha de palabras. Habló, luego existió. Dejó una viña, un reloj, algunas fotografías: la viña fue vendida muy pronto, el reloj se extravió en cualquier mudanza, las fotografías deben de estar metidas en alguna carpeta que nadie sabría ya encontrar. Pero nos queda de él una frase.

- Polvo y palabras seré.






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10.09.2020

Relojes en la literatura (61)




Título: Farenheit 451

Autor: Ray Bradbury

Fragmento:


Montag meneó la cabeza. Miró una pared desnuda. El rostro de la muchacha estaba allí, verdaderamente hermoso por lo que podía recordar; o mejor dicho, sorprendente. Tenía un rostro muy delgado, como la esfera de un pequeño reloj entrevisto en una habitación oscura a medianoche, cuando uno se despierta para ver la hora y descubre el reloj que le dice la hora, el minuto y el segundo, con un silencio blanco y un resplandor, lleno de seguridad y sabiendo lo que debe decir de la noche que discurre velozmente hacia ulteriores tinieblas, pero que también se mueve hacia un nuevo sol.




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10.06.2020

Relojes en la literatura (60)



Título: Suma de teología

Autor: Santo Tomás de Aquino

Fragmento:


A la tercera hay que decir: El movimiento es el acto de un móvil efectuado por algo que mueve, corno se dice en el III Physic. Y, por eso, la virtud de lo que mueve se manifiesta en el movimiento del móvil y, a causa de esto, en toda cosa que es movida por una razón, aparece el orden de la razón que mueve, aunque la cosa misma carezca de razón; asi una flecha se dirige directamente al blanco por moción del arquero, como si ella misma tuviera razón. Y lo mismo se ve en los movimientos de los relojes y en todos los ingenios artificiales humanos. Ahora bien, lo mismo que se relacionan las cosas artificiales con el arte humana, se relacionan todas las cosas naturales con el arte divina.

10.03.2020

Relojes en la literatura (59)



Título: Cronopolis

Autor: J. G. Ballard

Fragmento:


- No entiendo. ¿Por qué tanta preocupación por los relojes? ¿No tenemos acaso calendarios?

Sospechando que había algo más, Conrad recorría las calles, inspeccionando los relojes abandonados, en busca de una pista que lo llevase al verdadero secreto. La mayoría de las esferas habían sido mutiladas, y les habían arrancado las manecillas, los numerales, y el círculo de diminutos intervalos: sólo quedaba una sombra tenue de herrumbre. Distribuidos aparentemente al azar por toda la ciudad, sobre tiendas, bancos y edificios públicos, era difícil descubrir el verdadero propósito de estos mecanismos. Había una cosa clara: medían el paso del tiempo a través de doce intervalos arbitrarios; pero ese no parecía motivo suficiente para que hubiesen sido proscritos.

(...)

- Sí, en esa época había miles, millones, todo el mundo tenía uno. Relojes, los llamábamos, los atábamos a la muñeca, y había que darles cuerda todos los días.

- Pero ¿qué hacían con ellos, señor Crichton? -insistía Conrad.

- Bueno, uno... uno los miraba y sabía qué hora era. La una, o las dos, o las siete y media. A esa hora yo salía a trabajar.

- Pero ahora la gente sale a trabajar luego del desayuno. Y si es tarde, suena el contador de tiempo.

Crichton meneó la cabeza.

- No te lo puedo explicar, muchacho. Pregúntaselo a tu padre.

Pero el señor Newman no lo ayudó mucho más. La explicación prometida para el decimosexto cumpleaños de Conrad no llegó nunca. Conrad insistía, y el señor Newman, cansado de evasivas, lo hizo callar con un exabrupto:

- Deja de pensar en eso, ¿entiendes? Te meterás y nos meterás a todos en un montón de dificultades.

(...)

- ¿Por qué es ilegal tener un reloj?

Stacey lanzó el trozo de tiza de una mano a la otra.

- ¿Es ilegal?

Conrad asintió.

- Hay un viejo anuncio en la comisaría que ofrece una recompensa de cien libras por cada reloj de pared o de pulsera que sea entregado allí. Lo vi ayer. El sargento dijo que todavía está en vigencia.

10.01.2020

Relojes en la literatura (58)



Título: Razones para la alegría

Autor: José Luis Martín Descalzo

Fragmento:


Porque aquí voy a confesar que una de las pocas cosas en las que yo coincido con Maquiavelo es en su culto al tiempo. Reconozco, como él, que "los tiempos son más poderosos que nuestras cabezas". Y creo que es justa su afirmación de que el fracaso de los más grandes personajes de su tiempo se debía a que "todos ellos se negaban a reconocer que habrían tenido mucho más éxito si hubieran intentado acomodar sus personalidades respectivas a las exigencias de los tiempos en lugar de querer reformar su tiempo, según el molde de sus personalidades".

Y, naturalmente, yo no estoy dispuesto a modificar mis ideas por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie.

Esto lo entendí mejor viajando por el mundo: al llegar a cada país ponía mi reloj en hora, en el nuevo horario del país visitado.

Esto no implicaba pensar que en mi país estuviéramos atrasados o adelantados o desconfiar de mi reloj. Suponía, simplemente, que yo aceptaba lo cambiante de la realidad horaria.

9.26.2020

Relojes en la literatura (57)



Título: A contrarreloj. Paul Davis. El hombre de los dos relojes

Autor: J. G. Chamorro

Fragmento:


Al llegar al bungalow le hice a Franz un gesto que él comprendió de inmediato. Yo no quería hablar allí, probablemente nos escuchasen o nos estuvieran vigilando. Puse a cargar mi teléfono, y entre tanto, lo vinculé con el GPS que tenía el GPR-B1000. Efectivamente mientras me retuvieron me quitaron mi smartphone, pero el fiel Casio de mi muñeca con su receptor de señales de posicionamiento, sabía dónde había estado. Sólo quedaba que fuera el teléfono el que tradujera las crípticas coordenadas en forma de latitud y longitud, a puntos inteligibles en un mapa.

Estas son el tipo de cosas por las que cada vez tengo más claro que confiar en un móvil es algo poco fiable. Si lo pierdes, si se queda sin batería, si te lo roban, o si tienes la mala suerte de ser investigador privado, que te secuestren y te lo quiten, te quedarás sin nada. El reloj de Casio no solamente me permitía saber la hora, la altitud, el rumbo o la temperatura, sino también la posición. Por defecto el Casio registraba la ubicación cada minuto, se podía configurar para que lo hiciera cada cinco segundos, lo cual proporcionaba mayor precisión, sin embargo en ese modo el consumo energético era elevado, y yo siempre lo llevaba en la modalidad normal.

Instantáneamente se dibujó en la pantalla del teléfono mi recorrido. Fui haciendo "scroll" hasta llegar a lo que me interesaba. Las nueve de la mañana, hora a la que había decidido encaminarme a la piscina. Después la posición iba cambiando, seguía la autopista AP-7 hasta llegar a Jimena de la Frontera, un pequeño pueblecito situado a unos ochenta kilómetros de distancia del camping. Había obtenido la información que buscaba, y ahora, ya sabía dónde se alojaba Gabriel, el hermano de Lefka Lomba.


9.23.2020

Relojes en la literatura (56)



Título: Carreras callejeras 3

Autor: A. Bial Le Métayer

Fragmento:


- Perdone, me ha despertado la curiosidad su reloj... - Se detuvo y, sonriendo, añadió -: ¡Oh, bueno! ¡Qué descortés! Antes me presentaré. Soy Paul Davis, experto en relojes. - No sabía qué quería aquel tipo, pero dejé que siguiera hablando -. Verá, ese Montblanc 1858 Geosphere que usted lleva es muy curioso. Su complicación es inédita en el mundo de la relojería: dos hemisferios, norte y sur, que realizan una rotación completa cada 24 horas. El hemisfero norte gira como la tierra, en sentido horario, mientras que el hemisferio sur simula el movimiento del globo terráqueo, realizando giros en sentido contrario.

Giré la muñeca y lancé una mirada hacia mi reloj, y luego hacia aquel cabellero:

- Parece que es un entusiasta de Montblanc, señor Davis... - Reconocí, al darme cuenta de todo lo que sabía sobre mi reloj. El desconocido se echó a reír:

- Me entusiasma la relojería. Se lo he dicho.

Entonces me invitó a sentarme con él, ocupando una de las mesas junto a los ventanales. A aquella hora había pocos clientes en el bar y, los que quedaban, o eran trasnochadores o jubilados que estaban a punto de terminar su último trago del día. Tras sentarnos, el tal Paul continuó con su lección horológica:

- Ambos hemisferios disponen de una escala de 24 horas, de esta manera uno puede saber cuándo es de día, o de noche, o si está amaneciendo u oscureciendo, en cualquier parte del mundo y de un sólo vistazo. El meridiano, además, se divide mediante una línea revestida con Super-LumiNova. Por si fuera poco, posee subesfera con un segundo horario adicional.

Le vi tan entusiasmado, que no pude menos que decir:

- No me pedirá ahora que se lo regale...

Se notó algo avergonzado:

- ¡Ni por asomo! Es mi pasión por la relojería la que me ha atraído irremediablemente hacia su reloj. Además, tratándose de una edición limitada de menos de 2000 ejemplares, y que el suyo es, por si fuera poco, la variante de bronce, y no de acero, debe ser difícil desprenderse de él.

Lo desabroché, me lo quité, y lo coloqué encima de la mesa:

- No me cuesta nada desprenderme de él. Incluso si me lo cambiase por su IWC - señalé el reloj que llevaba en su muñeca mi interlocutor, y cuya marca había reconocido de inmediato - se lo cambiaría.

- Bueno, este fue un regalo... - Dijo él.

- ¿De quién? - Quise saber yo, ya que él me había abordado con la coña de mi reloj, yo también estaba en mi derecho de ser insolente. Pero el tal Paul no pareció molesto, de hecho sonrió y, mirando hacia fuera, respondió:

- De esa señorita.

Un soberbio Fiat 124 Spider del 2016 acababa de llegar, y una bella dama descendía de él, con cuidado en no separar sus piernas puesto que llevaba falda demasiado corta y el deportivo la hacía contorsionarse para salir. Tenía el pelo largo, ligeramente ondulado, y en su rostro se destacaban unas gafas de pasta, con montura negra.

- Y supongo entonces que el 124 "vejete" es tuyo... Por aquello de hacer "la parejita" - bromeé, dándome cuenta de que ambos coches eran el mismo modelo, pero separados por muchas generaciones. Paul Davis hizo una mueca, como si acabase de descubrirme un full de ases:

- Y yo supongo que el Bentley Continental GT en negro, es suyo. Y no porque lo haya visto llegar, que no ha sido así, sino porque con ese reloj que lleva no se me ocurre otro coche, de los que están aparcados fuera, que una persona de su estilo pudiera conducir.

9.19.2020

Relojes en la literatura (55)



Título: El ejecutivo

Autor: Thomas M. Disch

Fragmento:


Le habían quitado el reloj de pulsera y ello la incomodaba, pues sin él una larga espera podía prolongarse eternamente.

9.16.2020

Relojes en la literatura (54)



Título: Razones para la esperanza

Autor: José Luis Martín Descalzo

Fragmento:


El pasado domingo conté en este cuadernillo la historia del incendio de mi casa, vista desde la altura del pequeño corazón que yo entonces tenía. Pero un suceso como ése tiene siempre en las pequeñas ciudades -y mi Astorga infantil lo era- un ancho resonar de muchas vibraciones. Y así fue como aquella tragedia familiar me permitió a mí, niño, explorar numerosos continentes desconocidos dentro del alma humana. Descubrí, por ejemplo, la para mí inexplicable voracidad de los que se aprovechan de la desgracia ajena: ¿quién, por ejemplo, robó aquel reloj que pendía de un clavo en una pared que quedó intacta y en la que el clavo permaneció allí como una denuncia del artero ladrón? Entendí, por ejemplo, las anchas zonas de irracionalidad que hay en el hombre cuando el miedo le domina. Me río aún de la persona que, queriendo ayudarnos, tiró desde un segundo piso lo más preciado que en casa teníamos, una estupenda vajilla de la abuela. Comprendí qué falsos son los refranes que anuncian que no hay amigos en la hora de la desgracia: veo aún a aquel sacerdote -sólo desde aquel día conocido y amigo- que, ensotanado y con manteo, entró varias veces en la casa en llamas para ayudar a los míos.

Sí, aprendí muchas cosas aquel día, pero una sobre todas. Porque en mi Astorga infantil la gente se quería (aunque a veces, como se verá, se mezclasen al amor otros sentimientos), y así, a las pocas horas del incendio teníamos ya el ofrecimiento de varias casas en las que cobijarnos y todas ellas sin que nadie hablara siquiera de dinero, ¿Quién dijo que el egoísmo es el rey del mundo?


9.12.2020

Relojes en la literatura (53)



Título: Crónicas marcianas

Autor: Ray Bradbury

Fragmento:


Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.

9.11.2020

Relojes en la literatura (52)



Título: La boda de Rachel Chu

Autor: Kevin Kwan

Fragmento:


- Rachel está despampanante. Las tías dan el pego con cualquier cosa, pero los tíos tenemos que esmerarnos más, ¿verdad? La única manera de salir del paso vistiendo tan informal es lucir una muñequera de multimillonario.

- ¿Y eso qué es?

Richie señaló hacia la muñeca de Nick.

- Tu reloj. Veo que llevas un nuevo Patek.

- ¿Nuevo? En realidad, este reloj era de mi abuelo.

- Es bonito, pero ya sabes que en los últimos tiempos los Patek por lo general se consideran relojes mediocres. No está a la altura de una muñequera de multimillonario como la mía. Mira, fíjate en este, mi último Richard Plumper Tourbillon -dijo Richie, lanzando su muñeca a escasos milímetros de la nariz de Nick-. Como soy VIC (cliente muy importante) de Richard Plumper, me permitieron comprarlo directamente en el muestrario de la Feria del Reloj Baselworld en Basilea. Y ni siquiera saldrá a la venta hasta octubre.

- Tiene una pinta impresionante.

- Este Plumper dispone de setenta y siete funciones, y está fabricado con un compuesto de titanio y silicona centrifugado a tal velocidad que se fusiona a nivel molecular.

- Guau.

- Podría ponerme una camiseta y unos vaqueros rasgados con los huevos al aire y aun así conseguiría entrar en cualquiera de los clubes o restaurantes más de moda del mundo con solo lucirlo. Todos los porteros y maitres están entrenados para distinguir un Richard Plumper a un kilómetro, y todos saben que cuesta más que un yate. ¡A eso es a lo que me refiero con la muñequera de multimillonario, je, je!

- Oye, ¿cómo se lee la hora exactamente con eso?

- ¿Ves esas dos agujas con estrellas verdes en las puntas?

Nick aguzó la vista.

- Creo que sí…

- Cuando esas estrellas verdes se alinean con esos engranajes del sistema de cables y poleas, así es como identificas la hora y los minutos. Los engranajes de hecho están fabricados con metales experimentales no clasificados destinados para la próxima generación de drones para espionaje.

- No me digas.

- Sí, el reloj entero está fabricado para soportar fuerzas de hasta diez mil g. Es lo mismo que atar a alguien en el exterior de un cohete mientras atraviesa la exosfera de la Tierra.

- Pero, si de verdad te expusieras a semejantes fuerzas, ¿no morirías?

- ¡Je, je! Pues claro. Pero merece la pena tener un Plumper por el mero hecho de saber que tu reloj sobreviviría, ¿no? Toma, te dejo que te lo pruebes.

-Ni pensarlo.

9.09.2020

Relojes en la literatura (51)



Título: Un caso de conciencia

Autor: James Blish

Fragmento:


- No obstante, no me cabe duda de que llegado el caso ustedes podrían componérselas aun sin gran acopio de hierro. La maquinaria de madera con que cuentan ustedes es lo bastante precisa para contentar a cualquier ingeniero. Tengo la impresión de que muchos de ellos han olvidado que en el pasado también nosotros la utilizábamos.

"La prueba está en un reloj que tengo en casa. Se trata de uno de esos llamados de cuco, que da las horas y cuartos. Tiene dos siglos de antigüedad y fue totalmente tallado en madera, a excepción de las pesas, y aún sigue funcionando con precisión. Puedo decirle a este respecto que mucho después de que los barcos empezaran a construirse de plancha metálica, el palo santo se utilizaba para fabricar los timones e instrumentos que marcaban la derrota de la nave".

- La madera es un excelente material para casi todos los usos - convino Chtexa - El único inconveniente que presenta en relación con los materiales cerámicos o con el metal es su variabilidad. Es preciso conocerla a fondo para concretar sus propiedades partiendo de las distintas clases de árboles. Ni qué decir tiene que las piezas más delicadas pueden obtenerse mediante moldes cerámicos adecuados. En este caso, la presión interna dentro del molde aumenta hasta tal punto por efectos de la dilatación que la pieza resultante posee una estructura muy compacta. En cuanto a las partes de mayores dimensiones pueden rectificarse directamente del madero con piedra arenisca y pulimentarse con pizarra. Por nuestra parte consideramos que la madera es un material agradecido para trabajar con él.

Sin que supiera muy bien por qué, Ruiz-Sánchez se sintió un poco avergonzado. Era un reflejo, ampliado, del mismo sentimiento de vergüenza que experimentaba a la vista del viejo reloj de cuco de la Selva Negra siempre que retornaba a la Tierra.

Teóricamente, los varios relojes eléctricos que tenia en su hacienda de las afueras de Lima deberían haber funcionado bien, sin ruidos y ocupando menos espacio. Pero las razones que movieron a fabricarlos, fueron de orden puramente técnico y comercial.

Como resultado de ello, la mayor parte marchaban con una especie de ligero ronqueo asmático o gemían sin estridencias pero lúgubremente a horas intempestivas. Todos tenían una "línea aerodinámica", eran más grandes de la cuenta y resultaban poco estéticos. Ninguno marcaba la hora exacta, y varios de ellos no podían ajustarse por ir provistos de un motor de velocidad constante que accionaba una caja de engranajes muy sencilla. Era, pues, una inexactitud irremisible porque obedecía a un defecto de fabricación.

En cambio, el reloj de cuco funcionaba sin altibajos. Cada cuarto de hora se abría una de las dos portezuelas de madera, salía una codorniz que emitía un sonido de alerta, y cuando señalaba la hora, salía primero la codorniz y después el cuco, cuyas llamadas iban precedidas por el repique de una campanilla. Para este reloj, mediodía y medianoche eran más que una simple operación de rutina: constituían todo un ceremonial. El desfase horario del viejo reloj no excedía de un minuto por mes, ello a cambio, tan sólo, de subir las pesas todas las noches antes de acostarse.

El relojero que lo construyó había muerto antes de que Ruiz-Sánchez naciera. Como contraste a todo ello, posiblemente el jesuita habría tenido que desechar por lo menos una docena de relojes eléctricos de serie en el transcurso de su vida, que era lo que pretendían sus fabricantes. En efecto, dichos relojes eran consecuencia directa del "desgaste programado", aquel delirio por el derroche y el despilfarro que asoló las Américas durante la segunda mitad del siglo pasado.

9.06.2020

Relojes en la literatura (50)



Título: Cronopolis

Autor: J. G. Ballard

Fragmento:


De niño, como todos los niños, había advertido esas ocasionales y antiguas torres de reloj, donde siempre había un mismo círculo blanco con doce intervalos. En las zonas más deterioradas de la ciudad las características figuras redondas, arruinadas y cubiertas de herrumbre, colgaban a menudo sobre joyerías baratas.

- Son señales, nada más-le explicaba la madre-. No significan nada, como las estrellas o los anillos.

Adornos sin sentido, había pensado él.

Una vez, en una vieja mueblería, habían visto un reloj de manecillas volcado en una caja colmada de atizadores para el fuego y desperdicios diversos.

- Once y doce -había indicado él-. ¿Qué significa?

La madre lo había sacado de allí apresuradamente, prometiéndose no visitar esa calle nunca más. Se suponía que la Policía del Tiempo vigilaba aún, buscando posibles contravenciones.

- ¡Nada! -le había dicho la madre-. Todo ha terminado.

Para sus adentros ella había añadido como probando las palabras: Cinco y doce. Doce menos cinco. Sí.

9.03.2020

Relojes en la literatura (49)



Título: Detrás de la puerta.

Autor: Philip K. Dick.

Fragmento:


Doris cortó la cinta y el papel del paquete cuadrado con sus uñas afiladas, mientras su pecho se movía agitado. Larry la observó con atención cuando levantó la tapa. Encendió un cigarrillo y se apoyó en la pared.

- ¡Un reloj de cuco! -exclamó Doris-. Un auténtico reloj de cuco antiguo, como el que tenía mi madre. -Dio vueltas sin parar al reloj-. Igual que el de mi madre, cuando Pete aún vivía. -Sus ojos brillaban de lágrimas.

- Está fabricado en Alemania -explicó Larry, y al cabo de un momento añadió-: Carl me lo consiguió a precio de mayorista. Conoce a un tipo que trabaja en el negocio de relojería. De lo contrario, no habría podido... -Se interrumpió.

Doris emitió una risita.

- Quiero decir que, de lo contrario, no me lo habría podido permitir. -Torció el gesto-. ¿Qué te pasa? Ya tienes tu reloj, ¿no? ¿No era lo que querías?

Doris estaba sentada abrazando el reloj, tenía los dedos apretados contra la madera de color pardo.

- Bueno -dijo Larry-. ¿se puede saber qué pasa?

Contempló asombrado como ella se levantaba de un salto y salía corriendo de la habitación, sin soltar el reloj. Meneó la cabeza.

- Nunca están satisfechas. Todas son iguales. Nunca tienen bastante. -Volvió a sentarse y acabó de cenar.

El reloj de cuco no era muy grande. Sin embargo, estaba hecho a mano y tenía grabados en la suave madera incontables adornos. Doris se sentó en la cama, secó sus ojos y abrazó el reloj. Consultó su reloj de pulsera y movió las manecillas del otro hasta que señaló las diez menos dos minutos. Colocó el reloj sobre la cómoda y lo apuntaló.

Se sentó a esperar, mientras se retorcía las manos sobre el regazo: esperaba a que el cuco saliera, a que sonara la hora.

8.27.2020

Relojes en la literatura (48)



Título: Los viudas negras.

Autor: Isaac Asimov.

Fragmento:


- Tú eres un artista y fijas tu propio horario. ¿Por qué tienes que despertarte de mañana temprano?

- Bueno, trabajo mejor a esa hora. Además, me importa el tiempo. No tengo que vivir pendiente del reloj, pero me gusta saber qué hora es en todo momento. En cuanto al reloj que tengo parece estar adiestrado, ¿saben? Después de lo que pasó, después que asesinaron a Marge, estuve ausente de mi casa durante tres días y resultó que el reloj se detuvo justo a las ocho de la noche del domingo o del lunes a la mañana. No sé. De todos modos, cuando volví, allí estaba, señalándome las ocho como si quisiera insistirme en que ésa era la hora de levantarse.

8.20.2020

Relojes en la literatura (47)



Título: Slan.

Autor: Alfred E. Van Vogt.

Fragmento:


¡El piso treinta y último! Con un suspiro de satisfacción Jommy se puso de pie y echó a andar por el tejado. Era ya casi de noche, pero podía ver aún la distancia que separaba el techo en que se encontraba del edificio antiguo. ¡Un salto de dos metros todo lo más, cosa fácil! Las pesadas campanadas del reloj de una torre vecina empezaron a dar la hora. ¡Una, dos... cinco... diez! Y al dar la última campanada un ruido estridente llegó a los oídos de Jommy y súbitamente, en el obscuro centro de la superficie del tejado vio un ancho agujero negro. Sorprendido, se echó al suelo, deteniendo la respiración.

Y de aquel negro agujero salió velozmente una forma de torpedo que se lanzó al firmamento estrellado. Su velocidad fue aumentando paulatinamente y al alcanzar el extremo límite de visión, de su parte posterior brotó un diminuto punto luminoso, brillante. Relució durante un momento y desapareció, como una estrella tragada por la distancia.

8.17.2020

Relojes en la literatura (46)



Título: Cánticos de la lejana Tierra.

Autor: Arthur C. Clarke.

Fragmento:


Si ves que un objeto tiene un bonito diseño - su ejemplo favorito era el reloj digital - tiene que haber un planificador, un creador, detrás de él. Sólo hay que mirar la Naturaleza.

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