Título: El coleccionista de relojes extraordinarios
Autor: Laura Gallego
Fragmento:
El joven sabía que había llegado a tiempo, pero no por ello bajó la guardia. Podía sentir perfectamente la impaciencia de lord Clayton. Sabía lo que sucedería sí se interponía entre aquel hombre y lo único que ansiaba en el mundo, pero no tenía otra opción.
- ¡Tres!
Por fin el objeto había hecho su aparición sobre el mantel de terciopelo que cubría la mesa. Lord Clayton había tenido que contenerse para no saltar sobre él.
Era un reloj.
El legendario reloj de Madame Deveraux, una cortesana que había vivido en el París del siglo XVII y que había recibido aquel lujoso regalo de manos del mismísimo rey de Francia. Aquel objeto era una joya: se trataba de un reloj de mesa caprichosamente labrado en oro y adornado con figuras de querubines que sostenían el sol, la luna y los planetas, y giraban con lentitud, ejecutando una pausada danza, en torno a la esfera, de manecillas de oro y cuajada de refulgentes piedras preciosas.
- ¡Cuatro!
El reloj Deveraux no tenía precio, pero lo habían sacado a subasta aquel día. Desde su puesto al final de la sala, Jeremiah casi podía visualizar a lord Clayton frunciendo el ceño y clavando las uñas en los brazos de su asiento. Para todas las personas reunidas en aquella sala, el reloj Deveraux era una joya de incalculable valor. Para dos de ellas, en cambio, contenía un secreto que jamás había sido desvelado. Uno de los dos deseaba descubrirlo; el otro, ocultarlo.
- ¡Cinco!
Los más poderosos pujaron por el reloj. Lord Clayton permaneció callado, en tensión, mientras las cifras ofrecidas por aquel extraordinario objeto se disparaban una y otra vez. Finalmente, cuando parecía que el reloj Deveraux iba a caer en manos de un nuevo rico que no lo encontraba bello, pero que deseaba demostrar que estaba a la altura de los nobles más encopetados, la voz de lord Clayton se alzó entre la multitud, fría y desafiante, ofreciendo por el reloj mucho más de lo que nadie estaba dispuesto a pagar.
Hubo murmullos en el salón. Todos conocían la inmensa fortuna de lord Clayton; sabían que podía comprar cualquier cosa que deseara. Tras un breve forcejeo verbal, el acaudalado burgués bajó la cabeza y reconoció su derrota: se veía incapaz de mejorar la oferta del noble.
No he entendido el post. ¿El reloj de madame Deveraux es un casio? Je je.
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