Mientras suenan los tambores de guerra, y ya sus ecos empiezan incluso a escucharse en la lejanía pero cada vez más cerca acompañados de voces angustiosas, entre veladas advertencias para que nos preparemos ante desastres y miserias acuciantes, la terrible calma tensa -que sabemos que es incierta- nos encoje el corazón. Atosigados por anuncios de subidas galopantes de la energía, al menos a nosotros no nos cogerá desprevenidos. Nuestros Tough Solar no necesitan recargar sus baterías cada día como si fueran Apple Watches, y los arcaicos pero aún insuperables modelos de 10 años de autonomía nos permitirán disfrutar de sus funciones y exprimirlos a fondo cuanto queramos durante años. Esa es una gran ventaja que ni mecánicos ni smartwatches han podido aún superar.
Vuelven a ser insuperables los viejos Casio de tecnología hecha y pensada para un mundo que aún estaba dividido en bloques, que vivía la Guerra Fría y la amenaza nuclear sobre sus cabezas. Ese mundo ha vuelto, llevamos ya casi tres años en él. Hay gente que sigue soñando en sus recuerdos de lindos paisajes de colores sin querer -o sin atreverse a hacerlo, es todo tan tremendo...- abrir sus ojos a la realidad. Siguen con sus colgantes brillantes, con sus bonitas cajas cinceladas de platino, con sus sueños de adolescente idílicos e inútiles. Siguen en sus mundos paralelos hasta que la certeza les explote en la cara. Ni emparejamientos por Bluetooth ni refuerzos con Alpha Gel ni historias, todo va a saltar por los aires y lo único que quedará en pie va a ser una robusta caja maciza como un bloque de acero, que era, fue, y será, la esencia de los únicos relojes hechos para llevar al límite y servir de dotación para cualquier cataclismo: los G-Shock en su más puro y radical principio. La única herramienta tecnológica que seguirá funcionando. El resto, a la puñeta. Literalmente.