Este pasado fin de semana las iglesias en España -de manera muy acertada, a mi entender- han comenzado a aplicar un protocolo para frenar los contagios por el coronavirus COVID-19: se ha suprimido el gesto de darse la mano y, los fieles que van a comulgar, no pueden hacerlo en la boca. No son los únicos: compañías de todo tipo, empresas, entes administrativos y deportivos, están desarrollando sus propias medidas para proteger a las multitudes.
Ayer vimos cómo la gente hacía acopio de víveres, y vaciaba las estanterías de los supermercados, ante el temor de que la crisis se prolongue y se tenga que recluir a la población, o restringir sus movimientos. Yo mismo lo he presenciado: la sección de desinfectantes del supermercado de barrio de mi zona se ha quedado sin existencias de agua oxigenada. El alcohol hace ya tiempo que también desapareció. Y las farmacias han agotado sus reservas de mascarillas. No solo eso: los colegios también cierran, ante el acelerado aumento de casos en la epidemia.