¡Atención! Post tipo "batallitas", estás advertido si te aprestas a leerlo. Sabía que de algún lado me debía de venir mi afición por los displays sencillos y básicos que tanto me encantan. Hace muchos, muchos años (el siglo pasado), cuando era aún un chavalillo adolescente y no la momia egipcia que soy ahora, solía llevar un reloj del cual apenas tenía recuerdo. Era un digital, porque siempre me sentí muy cómodo con ese tipo de formato, pero por desgracia en aquellos tiempos no es como ahora. Hoy, todos nos hacemos fotos casi cada día, hacemos fotos de todo y en todos los momentos, y no necesitamos revelarlas ni pagar un dineral (creo que eran casi mil pesetas, que ahora serían unos diez euros o más si añadimos inflación) por poder verlas. En aquellos años (hablo de los ochenta) las cosas no eran así, ni mucho menos. Cuando querías una foto debías tener una cámara específica para ello (algo que se llamaba "cámara fotográfica", supongo que las habréis visto en algún museo), además, tenías que ir a comprar una "cosa rara" que te venía en un extraño botecito, un carrete para fotos. La gracia estaba en que esa "cosa" (el carrete) solo duraba determinados "disparos" (o sea, determinadas fotos o "instantáneas", como decían los que querían dárselas de entendidos), y cuando querías hacer más fotos, tenías que ir a la tienda a adquirir más de esos "carretes". Eso movía un atractivo y lucrativo negocio detrás, que hacía que las tiendas de fotos crecieran casi en cada esquina, porque claro, todo el mundo tenía que adquirir carretes nuevos de tanto en tanto, por cada viaje, cada verano, evento, boda..., bautizo.
Ahí no se acababa la historia. Después del carrete (que debías tener cuidado de no confundirte, porque esa era otra: no todos los carretes servían para todas las cámaras, ni siquiera todos eran iguales..., vamos, que para hacerse una buena foto "había que estudiar") llegaba la segunda fase, o sea, el revelado. El momento de cruzar los dedos y esperar a que todas las fotos salieran bien, no estuvieran veladas, y pudieras haber aprovechado lo mejor posible la cantidad de disparos de cada carrete (los había de más capacidad y otros que te permitían sacar unas 12 fotos..., y gracias). Junto con el carrete te daban los negativos, y las fotos en sí, previa respuesta a la de, por entonces, popular y consabida pregunta: "¿brillo o mate?". Brillo era desastroso, pero decían que "molaban" más. La verdad, era mucho más aconsejable elegir mate, que decían que era más barato... Pero como solía ocurrir con la mayoría de cosas de entonces, no había blogs ni foros para averiguarlo, así que de los comentarios y recomendaciones de ese estilo quedaba a la cuenta de cada uno el fiarse o no.