Estamos en pleno verano y los días son largos y luminosos. Tanto si tienes vacaciones, como si no, o si desgraciadamente no tienes la fortuna de tener trabajo, seguro que estos días te parecen igualmente hermosos. A primeras horas de la mañana, mientras el día todavía mantenía ese fresco cálido de la madrugada, y bajo un cielo límpido, sin tan siquiera una nube, de un profundo azul, comparaba estos momentos con los días de frío invierno, en donde a veces empezaba a escribir algún post en mi móvil, aprovechando algún hueco, con las manos ateridas de frío, el aliento congelado, y temblando. A veces se me hacía el dolor insoportable y tenía que retener lo que trataba de contar en mi mente para poder abrigar mis manos en los bolsillos y mitigar esa tortura.
Estés donde estés seguramente que estos días disfrutas de la playa, de la piscina, o de un simple paseo por la ciudad. Y es que los barrios, pueblos y villas se llenan de vida en estos días, la gente se reúne en los soportales y las plazas hasta la noche, y hay fiestas, espectáculos y romerías al aire libre por toda nuestra geografía. Incluso solamente con abrir la ventana y ver este día, el luminoso cielo, el bullicio, la alegría de los colores del verano, uno se llena de alegría, se le levantan los ánimos. Aunque tengas que hacer cosas ingratas (papeleos, visitas a médicos o tareas desagradables), el ánimo que sientes es muy diferente cuando sales en camiseta, cuando el color (y el calor) inunda tu cuerpo. Es mucho más gratificante hacer todo eso en estas condiciones que en mitad de una lluvia torrencial, calado hasta los huesos, arrastrando el paraguas y defendiéndote entre el frío que te hace temblar.