Hace unos días fui a la farmacia a por mis medicamentos habituales, y me encontré con una farmacéutica de más o menos mi edad. Observé enseguida que llevaba en su muñeca un Apple Watch y, como suele ser habitual, le pregunté por el reloj. Orgullosa me lo mostró, lo encendió para mí -por defecto la pantalla está apagada, ya sabéis-, y me estuvo contando que se había hecho tan adicta a él que le resultaba un elemento ya inseparable. Reconocía, no obstante, que la esclavizaba demasiado todo el día con notificaciones, con avisos, con mensajes... Pero que en esta sociedad actual y con su ritmo de vida era lo que se necesitaba, y añadía: "si a los niños les ocurre algo en el colegio, si me llaman por alguna cuestión, el reloj me avisa, no tengo que estar tan pendiente del móvil. Es muy útil".
Me decía que había sido un regalo de su marido por su cumpleaños, y me lo contaba con una ilusión tan desbordante y tan contenta que demostraba que aquel sí había sido un regalo con acierto.