Louis Cheslaw escribe para el The Strategist, en el New York Magazine. Ayer, publicaba una interesante columna contando su experiencia durante el confinamiento. Relataba que tuvo que aprender a no depender del transporte público, y del smartphone, tanto como lo hacía antes. Pero como convivía en una casa compartida por varias personas, se veía en la necesidad de salir a comprar a menudo, por lo que ir caminando a todas partes no era una opción. Acabó entonces usando el servicio público de bicicletas. El problema con ese servicio es que, aunque es bastante competitivo, se vuelve muy caro si se pasa del tiempo de uso, así que necesitaba algo que le informase rápidamente del tiempo que ha estado usando el vehículo. Dado que tiene que ver la hora de un vistazo, entre el tráfico y esquivando a otros usuarios de la carretera, un reloj analógico no era una opción, pues tenía que fijarse demasiado en las manecillas, acabando siendo un peligro.
Decidió entonces que lo mejor sería elegir un digital, pero, ¿cual?