Durante estos días en los que he estado
viendo las estrellas, uno de los entretenimientos que me hizo abstraerme un poco fue la lectura de pruebas de automóviles, especialmente las de pruebas de vehículos publicadas en revistas antiguas del motor. Me he quedado asombrado de lo que eran capaces de hacer las editoriales de las revistas de ese sector por aquellos años sesenta y setenta, en donde cabeceras como Velocidad o Autopista "cortaban el bacalao" y tenían audiencias espectaculares (mejor dicho, ventas espectaculares). Eso les permitía hacer cosas que hoy serían poco menos que imposibles. Por ejemplo, si salía un modelo determinado al mercado (una variante deportiva del Renault 8, digamos), y el fabricante no quería o no podía prestárselo (o no tenían unidades para prensa y pruebas en ese momento), no les temblaba la mano para ir ellos directamente y comprarlo. Curiosamente, en otras ocasiones hacían lo que hoy algunos de estos medios seguimos haciendo: acudir a amigos, familiares o empleados de la redacción, que hubiesen adquirido un coche nuevo, para hacerle la prueba real.
Si, en su caso, el fabricante les ponía a su disposición ese vehículo (en determinadas ocasiones tras pasar por otras manos de probadores, con su mecánica dejando mucho que desear), no se cortaban un pelo en ir ellos a su taller de confianza y darle un repaso de arriba a abajo al coche, antes de volver a estrujarlo. Eran tiempos, en suma, en donde fervorosos lectores - principalmente masculinos, claro - de todas las edades, acudían con presteza al quiosco de la esquina para adquirir Mundo del Automóvil, Motor Mundial, Automovilismo... Incluso algunas de las marcas de coches llegaban a editar revistas propias, hablando, obviamente, de sus modelos, como era el caso de Seat, con la revista del mismo nombre.