Cuando a finales de los años noventa, debido a mi trabajo en una guardería infantil, tuve que regresar al uso de un reloj de muñeca (hasta entonces consultaba la hora habitualmente por el móvil) decidí acudir a una tienda de electrónica y comprar un modelo de Casio que se pareciese al que llevaba mi hermana, aunque en este caso, obviamente, una variante para hombre. Salí de allí con el Casio MW-57.
Hoy esa tienda es una de las poquísima del ramo en permanecer abierta, no solo eso: aún sigue con ella el mismo dueño. Tuve la oportunidad de pasarme por allí y ver los relojes que aún tenía en el escaparate, porque recordaba que en tiempos (hace más de quince años, como he dicho) tenía una enorme variedad de relojes de Casio. Me sorprendió, sin embargo, el que aparte de modelos como el W-59 o el obligado F-91, en el escaparate no tuviese más variedad, aunque sí tenía varias estanterías pequeñas llenas de relojes chinos, marcas desconocidas y con modelos de colores chillones y de desastroso estilo. Quise pensar que por algún motivo los modelos de Casio, la gran mayoría de ellos, los tuviera dentro de la tienda, así que le pregunté, respondiéndome el vendedor que apenas trabajaba ya con Casio. Ahora vendía relojes chinos, más baratos, y con la misma estética.