El mercado de los vintage de relojería (es decir, los modelos antiguos que ya no se fabrican) lleva viviendo una auténtica explosión desde hace algunos años. Modelos de los años ochenta muy buscados, como los primeros Marlin, se venden a veces en Internet por cientos de euros. Hay gente que incluso llega a pagar más de mil euros por determinados ejemplares. Algunos lo hacen por simple coleccionismo, otros, por romanticismo o añoranza de su primer (o primeros) relojes. Hay quien incluso los busca por determinadas funciones (como el REM) o características que ya no se encuentran apenas en los modelos actuales (o es muy difícil verlas juntas). Modelos que en los años 80 se vendían por diez euros, hoy pueden llegar a superar los cincuenta o los cien. Pero aunque estés tentado de unirte a ese ejército de buscadores, deberías detenerte un momento. Pararte y reflexionar. ¿Para qué quieres ese reloj? ¿Para guardarlo, conservarlo y recordar tiempos pasados? Vale. Pero si es para volver a usarlo, detente. Puede que estés cometiendo un gravísimo error.
Aunque no lo parezca a simple vista, la relojería ha evolucionado mucho estos años. La introducción de materiales nuevos (cerámicas, resinas refinadas...) y, sobre todo, el endurecimiento de las legislaciones, ha hecho que los relojes actuales sean más sanos y seguros que los de antaño. Las aleaciones de aceros que se utilizaban antiguamente en relojería contenían niveles muy apreciables de peligrosos elementos, como el níquel. En los años 90 la legislación europea intentó ponerle coto y paliar ese peligro para la población, y, en el año 2008, endureció aún más esos requisitos. No es extraño, por fortuna, ver ya en algunos modelos la denominación de "nickel free" (libre de níquel), y en Estados Unidos hubo auténticas campañas para que la población se diera cuenta de este tipo de amenaza.