Una de museos

Siempre viene bien darse una vuelta por la historia, y si además ésta tiene como elemento principal los relojes, de los cuales todos los que visitáis esta publicación de Zona Casio sois tan aficionados, sin duda mucho mejor. El Departamento de Cultura del País Vasco tiene un extenso catálogo de los elementos existentes en muchos de sus museos, con la ventaja de que puede visitarse online, sin salir de casa, y gracias al cual, de paso, se puede conocer bastante sobre la historia de estos instrumentos de medición (o de información, como personalmente veo más acertado denominarlos).

Demos una vuelta, si os parece, y gracias a los fondos de distintos museos vascos, por la historia (aunque sea bastante por alto) de los relojes en los últimos siglos. Comencemos, por tanto, por el más antiguo. En 1678 Don José Fernández de Vicuña y Andoin o Garibay recibió el hábito de caballero de Santiago, y sin smartphones, iPads ni elementos parecidos, para inmortalizar la ocasión se hace retratar por el pintor Pedro Ruiz González (del cual, por desgracia, nos quedan muy pocas obras debido a que un gran número se incendiarion). Lo vemos - en la imagen que encabeza este post - engalanado con esa ropa, y en su mano derecha sostiene el documento que lo inscribe en la Orden. Encima del mueble con llaves de la mesa se puede ver claramente un reloj, muy bien decorado y lujoso, puesto que en esa época solo las clases burguesas podían acceder a un dispositivo así (no olvidemos que estamos en el siglo XVII). El reloj, por supuesto, es monoaguja, y señala las diez y poco de la mañana (para los que tengáis oxidada la lectura de los relojes monoaguja os recomendamos este artículo de Guti donde se explica perfectamente).




Dejamos atrás al señor don José Fernández y, sobre estas líneas, podéis ver el reloj Morez. Es muy interesante porque este reloj es un buen exponente de lo que empezó a convertirse en la popularización de la relojería para el pueblo, antes reservada solo a pudientes -como acabamos de ver al principio de este post-, o restringida a ciertos edificios. Como nos cuentan en la descripción, "a mediados del siglo XIX las clases rurales acceden a la compra de relojes, máquinas que hasta entonces solo estaban al alcance de la burguesía urbana y nobleza rural, lo que generará la creación de numerosos centros de producción extendidos por toda Europa, siendo la región del Franco-Condado en Francia la que se impondrá en el mercado europeo debido a que sus relojes tendrán un relativo bajo precio. Estos relojes, denominados Morez por su localidad de procedencia, eran elaborados artesanalmente en talleres de carácter familiar y enviados por tren a minoristas nacionales y extranjeros. Una vez llegados a su destino eran comercializados por pequeños comerciantes y relojeros locales, quienes exigían a los fabricantes que pintaran en la esfera su patronímico y el nombre de su localidad, petición que era aceptada sí el comerciante encargaba más de 20 unidades. El reloj de pared o de pie tuvo un gran éxito en el País Vasco y se convirtió a finales del siglo XIX en un elemento indispensable del mobiliario de salas y comedores, y habitualmente formaba parte del arreo de boda".

El poder acceder a los relojes un público mayor hizo que éstos estuvieran muy presentes en las casas, siendo un elemento diferenciador y de status, lo mismo que luego lo sería la radio, luego la televisión, y ahora... supongo que el robot-aspiradora.



Por aquellas fechas el reloj también pasó a convertirse en un bien personal de gran valor, lo vemos en el retrato de don Joaquín Francisco Baldomero de Barroeta Aldamar, con la cadena de reloj colgando a su cintura mientras que, por la misma época, las mujeres lo llevaban colgando del cuello, como podéis ver también en esta "mujer sentada" sobre estas líneas.



Los relojes tenían un papel tan importante en el mundo no solo civil, del día a día, sino en el industrial, que las fábricas tenían su propio taller de relojería, como ésta de Recalde Echevarria que podemos ver en el museo. En esta en concreto se encontraba situado en el edificio al que veis apuntando la flecha en rojo, y marcado con el número 8. Tenían toda una planta (la segunda) prácticamente dedicada a ello.



Mientras eso ocurría en los años 50 del pasado siglo, en los sesenta los relojes siguen teniendo gran prestigio e importancia, prueba de ello es la inauguración que hace Sonsoles de Icaza (marquesa de Llanzol, aristócrata), vestida con ropa de Balenciaga, del certamen "El reloj en el arte", el día 19 de mayo de 1965. La imagen que se puede contemplar también en el museo la tenéis sobre estas líneas.

Sin quitarle mérito a ninguna de estas imágenes - por supuesto todas forman parte de la historia relojera, y del patrimonio histórico en general, por algo están en museos -, una de las que más me ha impactado es la de Sabino Arana Fundazioa, realizada tras el bombardeo de la Villa de Durango el 31 de marzo de 1937, en plena guerra civil. En ella se pueden ver las casas destrozadas y, en pie, la iglesia de Santa María, en donde destaca en su torre el reloj, intacto, con su esfera blanca y sus números romanos (y si fijáis la vista descubriréis también a unos personajes en el campanario, que hay que tener valor también para subirse ahí tras un bombardeo...). Con él cerramos este reportaje confiando en que este breve repaso por algunos de los momentos en la historia del reloj a través de un museo os haya resultado, cuanto menos, curioso, entretenido, y formativo.





| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com

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