En los siglos XVIII y XIX, cuando se empezó a popularizar el reloj y, sobre todo, a partir de tener la tecnología suficiente como para lograr miniaturizarlo -con la invención del muelle en espiral, siglos atrás-, los afortunados que podían permitirse adquirir uno lo llevaban consigo cada vez que salían de sus casas, principalmente los domingos o en ocasiones especiales y reuniones sociales. Cuando regresaban lo volvían a guardar con mucho mimo y cuidados en su caja de madera, de nogal, roble o arce, y únicamente lo volvían a sacar de allí cuando recibían a familiares o amigos -para que lo admirasen-, o para darle cuerda.
En aquellos siglos la tecnología de un reloj de bolsillo era lo último. No podemos llegar a hacernos una idea de lo que suponía tener un instrumento capaz de medir el tiempo en tus propias manos, de lo que realmente significaba para la sociedad de entonces algo así. Ni siquiera podemos compararlo con el último smartphone o tablet de ahora, ya que, en mayor o menor medida, más barato o más caro, un smartphone casi todo el mundo lo puede tener, pero en aquélla época no había relojes "low cost", los relojes únicamente tenían una forma de fabricarse, y estaban al alcance de las manos de unos pocos afortunados.