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6.14.2021

Los últimos de los digitales



En los inicios de la tecnología digital la información se visualizaba en burdos y espartanos segmentos. Así era como se mostraba en los relojes con tecnología de LED, con el fin de ahorrar electricidad. Aquellos modelos de finales de los sesenta y principios de los setenta suponían la tecnología más puntera disponible, costaban como un smartwatch de hoy, y como éstos, también se apagaban automáticamente, por lo que para consultar la hora el usuario debía de pulsar un botón, algo similar a lo que ocurre con los actuales smartwatches (aunque en este caso también se pueden encender mediante gestos o agitaciones del brazo).

Aquella tecnología de LEDs con parcos segmentos convivió (como también ocurre ahora) con los digitales convencionales, los de cristal líquido que no requieren ni retroiluminación ni activación de píxeles para funcionar. Pronto esta última tecnología ganó por goleada, y acabó imponiéndose por razones de peso: el reloj podía mostrar la hora en todo momento sin consumir pila, y funcionar con un bajo voltaje, ofreciendo así una gran autonomía que, en algunos modelos, alcanzaba incluso varios años.

9.19.2015

¿Tecnología antigua superando a la nueva? ¿Dónde he oído eso?



Hace algunos años apareció en la televisión una serie de animación titulada "Iron Kid". Aunque ya tiene tiempo, sus capítulos todavía se pueden adquirir (0,25 € cada uno) o incluso disfrutarse en Youtube. La serie me dejó enganchado desde el primer momento porque toca dos de los aspectos que más me entusiasman: la robótica (la AI, la mecánica) junto a la restauración, la recuperación y la "chatarra" de olvidadas (y oxidadas) piezas.

Aunque es una serie para todos los públicos, no deja de ser una serie encantadora y con una trama bastante bien argumentada, desarrollada y puesta en escena. Hecho de menos un desarrollo menos "simplón" y no tan basto de las figuras 3D (especialmente los robots femeninos, sin apenas detalles, y de los masculinos, con armaduras demasiado exageradas), pero es comprensible que los chavales a los que se dirige eso no les importe demasiado, ni siquiera se den cuenta.

3.09.2021

No solo hay que ser pobre, sino parecerlo



Hace unos cuantos años me regalaron un reloj bastante, digamos, elitista. No lo compré yo, fue un regalo, insisto. Pero el caso era que, llevando aquel reloj en mi muñeca, no acababa de sentirme bien. Puede ser por falta de costumbre en llevar relojes lujosos, por no estar habituado a vestir modelos escandalosos, o porque me sentía mal conmigo mismo por la razón que sea. La cuestión era que, yendo por la calle, miraba los relojes de la gente, y sobre todo los de las personas más humildes: currantes, jubilados, mendigos, parados... Y empezaba a darme vueltas la cabeza pensando: "mira, ese no lleva un reloj como el tuyo", o: "con el reloj que tú llevas, y esos no tienen ni para zapatos".

Por fortuna para mí, el reloj acabó estropeándose, así que me deshice de él. Y fue un gran alivio, os lo confieso.

4.08.2021

Relojes en todas partes



Dicen que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde, y también se dice que "quien fue cocinero antes que fraile, lo que pasa en la cocina bien sabe". Por eso, quizá, hoy se tenga en tan poca estima a los relojes. Cuando hace unos siglos - tampoco tantos - la única manera de saber la hora era esperar a que las campanas de las iglesias o catedrales tocaran (en las horas canónicas de prima, tercia, sexta, nona...), el aldeano no tenía ninguna otra manera de saber lo tarde o temprano que era, salvo guiándose por el paso del sol y la cantidad de luz que le quedaba al día.

Hay muchos que no lo saben, pero el mal llamado ahora "horario militar" que divide el día en 24 horas (y no en 12, más civil), proviene precisamente de las horas de los rezos. Las horas canónicas dividían el día en 24 horas, porque no había día ni noche: se rezaba a todas horas. Cada tres horas las campanas de los monasterios anunciaban las oraciones, e incluía horas nocturnas (maitines, a medianoche, y laudes, a las 3 de la madrugada, por ejemplo). A diferencia de hoy, las horas variaban con las estaciones, no era un horario férreo e inamovible que se movía a su propio ritmo, sino que estaba acompasado con la estación del año, e incluso cada monasterio tenía el suyo propio y particular, por el que se guiaba la comunidad, y en ocasiones toda la aldea con los repiques. Así, la hora tercia era la tercera hora tras la salida del sol, ocurriese ésto cuando ocurriese.

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