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7.29.2020

Relojes en la literatura (39)



Título: La ética del hacker.

Autor: Pekka Himanen.

Fragmento:


En Montaillou aún era, en gran medida, el trabajador y no el reloj quien determinaba el ritmo. En la actualidad, un zapatero que se dedicara a dejar el trabajo y tomarse un vaso de vino con un amigo al mediodía sería despedido sin que se tuviera en consideración cuántos zapatos produce ni la perfección de su labor. Esto es así porque los trabajadores de nuestro tiempo no disfrutan ya de la misma libertad de gobernar su propio tiempo que un zapatero remendón o un pastor en la "oscura" Edad Media. Por supuesto, ninguna descripción de lo que era el trabajo medieval quedaría completa sin mencionar que la tierra era explotada por los siervos de la gleba, pero, hecha esta importante salvedad, cabe decir que, mientras se cumplieran con una serie de metas razonables, nadie supervisaba el uso que del tiempo hacían los trabajadores en la Edad Media.

Sólo en los monasterios la actividad se hallaba vinculada al reloj; por tanto, una vez más, el antecedente histórico de la ética protestante debe buscarse en las comunidades monacales. De hecho, cuando se leen las reglas que regían la vida monástica, a menudo se tiene la sensación de estar leyendo una descripción de las prácticas dominantes en las empresas contemporáneas. La regla de san Benito es un buen ejemplo de ello. Enseña que las tareas de vida tienen que "ser siempre repetidas a las mismas horas y del mismo modo". Estas "Horas" consistían en las siete Horas de los oficios canónicos (horas oficiis): alba Laudes (laudes) 9 de la mañana; Prima (prima) mediodía; Sexta (sexta) 3 de la tarde; Nona (nona) 6 de la tarde; Vísperas (vespera) anochecer; Completas (completorium, al final del día); noche Maitines (matutinae). Las horas canónicas circunscribían el tiempo para todas las actividades. De acuerdo con esta distribución, el tiempo de levantarse era siempre el mismo, como el de acostarse. El trabajo, el estudio y las comidas tenían también asignadas horas exactas.

Bajo la regla de san Benito, cualquier desvío respecto al horario establecido para el conjunto de la vida era un acto castigable.

7.25.2020

Relojes en la literatura (38)



Título: Razones para el amor.

Autor: José Luis Martín Descalzo.

Fragmento:


¡Qué hermoso un mundo en el que nadie mirase a su reloj cuando se reúne con sus amigos! ¡Qué maravilla el día en que alguien venga a vernos y no sea para pedirnos nada, sino para estar con nosotros! Decimos que el tiempo es oro, pero nunca decimos qué tiempo vale oro y cuál vale sólo oropel.

Oro puro es, por ejemplo, el que un padre dedica a jugar con sus hijos, a conversar sin prisa con la mujer que ama, a contemplar un paisaje en silencio, a examinar con mimo una obra de arte. Tiempo de estaño es el que gastamos en ganar dinero o en aburrirnos ante un televisor.

7.19.2020

Relojes en la literatura (37)



Título: Campo de concentración.

Autor: Thomas Disch.

Fragmento:


Elementos del Mundo Cotidiano: Los relojes. Los relojes de los pasillos, demasiado grandes, haciendo publicidad a sus fabricantes, consagrándose a la neutralidad, ansiosos de no estar ansiosos, como los relojes de los edificios públicos. Sin embargo, el minutero no se mueve con la corriente lenta, imperceptible, de otras piezas eléctricas de tiempo, sino con saltos de medio minuto: abruptos, enervantes. El minutero es una flecha, pero una que ha sido trasladada del movimiento lineal al rotatorio. Primero el gangueo de la cuerda, seguido inmediatamente del golpe mortal; luego, por un momento, vibra en el blanco. Uno se vuelve reacio a pedirle la hora a tal invento.

7.15.2020

Relojes en la literatura (36)



Título: Vida de los Santos de Butler. Beato Gomidas Keumurgian, mártir.

Autor: Wifredo Guinea, S.J., Herbert Thurston, S.J, y Donald Attwater.

Fragmento:


En la prisión se privó a Gomidas de alimentos y bebida. Gregorio de Tokat dice: "Recordando la Pasión del Señor, había olvidado el hambre y la sed. Su amor por el Crucificado le hacía olvidar la suerte que le esperaba". Después de recibir los sacramentos, se despidió de su esposa, a la que dio su reloj y su anillo. Además, dio a un amigo diez piastras para que las entregase al verdugo.

7.09.2020

Relojes en la literatura (35)



Título: Campo de concentración.

Autor: Thomas Disch.

Fragmento:


El universo es como un reloj, y no puede tenerse un reloj sin un relojero.

7.04.2020

Relojes en la literatura (34)



Título: Vivir el Evangelio de cada día.

Autor: Aldo Aluffi.

Fragmento:


Tenéis que reconocer que ciertos "instintos" espirituales, si se me permite expresarme así, ven mucho más en profundidad que cierta ciencia psicológica.

Esto me agradó y me indujo a una confianza mayor en las personas sencillas como aquella señora con la que estaba hablando.

Ella se inquietaba ante mí, porque un sacerdote del lugar, que había ejercido gran influjo sobre la juventud, había dejado el instituto religioso y se había casado.

Intentaba hacerla ver que en el fondo se trataba de un problema muy personal de aquel sacerdote, y que por eso no debía situarlo entre los condenados.

Pero la expresión de aquella aldeana no era de este estilo. Su intuición espiritual la había hecho pensar las cosas de otra manera: pensaba en la juventud que había acudido a aquel sacerdote. Sabía muy bien que si uno se marcha no peligran ni Dios ni la religión; como cuando un reloj anda por su propia cuenta no quiere decir que el tiempo esté también en revolución.

7.02.2020

Relojes en la literatura (33)



Título: La guadaña.

Autor: Robert Bloch.

Fragmento:


La Muerte alzó el reloj de arena y le dio la vuelta. La arena empezó a caer lentamente sobre la mitad inferior, grano a grano.

- Un año - murmuró la Muerte.

Y desapareció.

6.28.2020

Relojes en la literatura (32)



Título: Un toque de infinito.

Autor: Howard Fast.

Fragmento:


Me dio un sombrero de fieltro que me quedaba muy bien.

- Era de mi abuelo - dijo con placer -. Entonces hacían las cosas para que duraran, ¿no? Ahora escúcheme bien, Scott. Nos quedan diez minutos. Tome la billetera. - Me entregó una billetera muy grande, de cocodrilo, llena de billetes -. Tiene todo lo que necesita: papeles, documentos, lleva el cuchillo, dinero. Cámbiese los zapatos. Estos son hechos a mano. Hemos pensado en todos los detalles. En la billetera va a encontrar el itinerario completo y detallado, en caso de que se olvide de algo. Este reloj - agregó, dándome un reloj de bolsillo, magnífico, de tapa de oro - perteneció a mi abuelo. Junto con el sombrero. Lo he hecho revisar, y funciona a la perfección.

Terminé de atar los cordones de mis excelentes botines, hechos a mano. No iba a tener que domarlos, pues eran muy blandos. Greenberg siguió dándome instrucciones en forma rápida y precisa.

6.24.2020

Relojes en la literatura (31)



Título: El cura de Ars.

Autor: Francis Trochu.

Fragmento:


Al llegar a Trevoux, todavía muy de madrugada, el Cura de Ars, por caridad, no quiso despertar al guardián del puente, que dormía. En Neuville, donde nuestros peatones, ya fatigados, atravesaron el Saona, el Santo, que había partido sin dinero, ofreció a su compañero, tan bien provisto como él, pagarle el desayuno. Para ello, hablaba de empeñar su reloj; el maestro se negó rotundamente a aceptar.

Igual propuesta hizo al pontonero de Neuville, que le respondió: "Ya pagará usted en otra ocasión".

6.22.2020

Relojes en la literatura (30)



Título: Volver a empezar.

Autor: Ken Grimwood.

Fragmento:


Chateaugay pagaba 20,80 dólares. Pensativo, Jeff intentó buscar en su bolsillo el reloj calculadora Casio y se echó a reír al darse cuenta del tiempo que faltaba aún para que existieran esos aparatos. Cogió una servilleta de la barra e hizo unos cuantos cálculos con bolígrafo.

La mitad de 2.300 multiplicado por 20,8, menos el 30 por ciento de Frank Maddock por ponerle la apuesta... Jeff había ganado alrededor de diecisiete mil dólares.

Lo más importante era que la carrera había terminado tal como él recordaba.

Tenía dieciocho años y sabía todas las cosas importantes que iban a ocurrir en el mundo en las próximas dos décadas.

6.18.2020

Relojes en la literatura (29)



Título: ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!

Autor: Harry Harrison.

Fragmento:


Bostezó, y la extraña sensación se desvaneció mientras alargaba la mano hacia el reloj que siempre dejaba sobre una silla junto a la cama, y luego bostezó de nuevo mientras parpadeaba a las manecillas apenas visibles detrás del maltrecho cristal. Las siete..., las siete de la mañana, y había un pequeño número 9 en el centro de la ventanilla cuadrada. Lunes, 9 de agosto de 1999..., y la atmósfera ardía ya como un horno, con la ciudad empapada aún de la ola de calor que había cocido y asfixiado a Nueva York en los últimos diez días. Andy se rascó un reguero de sudor en su costado, y luego apartó las piernas del sol y ablandó la almohada debajo de su cuello. Del otro lado del delgado tabique que dividía el cuarto por la mitad llegó un leve chirrido que no tardó en convertirse en un zumbido estridente.

(...)

- Un tiempo asqueroso - murmuró, mientras se dirigía al fregadero. Incluso las tablas del suelo ardían bajo las plantas de sus descalzos pies. Se humedeció el sudoroso rostro con un poco de agua, y luego conectó el canal Música y Hora Exacta en el televisor. Un ritmo de jazz llenó la habitación, y la pantalla indicó 18:47 con 6:47 p.m. debajo en números más pequeños para todos los imbéciles que se habían arrastrado por la vida sin lograr aprenderse el reloj de veinticuatro horas. Eran casi las siete y Andy estaba hoy de servicio, lo cual significaba que debió quedar libre a las seis, aunque en la policía nunca se cumplía el horario.

6.15.2020

Relojes en la literatura (28)



Título: Razones para la alegría.

Autor: José Luis Martín Descalzo.

Fragmento:


Y hay, por fortuna, muchas familias en que padres, hermanos, hijos tienen ese tesoro, el mayor y tal vez el único que vale la pena de recibir en herencia. Y existe este cariño generalmente tanto más cuanto más sencilla es la familia, porque aseguran que la felicidad es como los relojes: que cuanto menos complicados son, menos se estropean.

6.09.2020

Relojes en la literatura (27)



Título: Libro de la vida.

Autor: Santa Teresa de Ávila.

Fragmento:


Y así ahora no me parece hay para qué vivir sino para esto, y lo que más de voluntad pido a Dios. Le digo algunas veces con toda ella: "Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí". Me da consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más para ver a Dios al ver que pasa otra hora más de esta vida.

6.07.2020

Relojes en la literatura (26)



Título: Al acecho del Reino.

Autor: Pedro Casaldáliga.

Fragmento:


- Mi tiempo era el Día y la Noche,
el Sol y la Luna,
las Lluvias y los Vientos generales,
mi Tiempo era el Tiempo, sin horas

- Y nosotros te amarramos
al tiempo del reloj,
a nuestro loco tiempo
de prisas e intereses,
al tiempo-competencia.

6.06.2020

Relojes en la literatura (25)



Título: La niña del mar.

Autor: Ramón Villeró.

Fragmento:


Mientras les hablaba, una muchacha del grupo no apartaba la vista de mi reloj. Era un reloj de pulsera, plano y de esfera ancha que había pertenecido a mi padre. A mí nunca me habían gustado los relojes, pero tras su muerte me acostumbré a llevarlo.

–Me gusta el brazalete que adorna tu muñeca –dijo al fin la muchacha.

–Es un reloj –contesté.

–¿Un reloj?¿Qué es un reloj? ¿Para qué sirve?

–Para fraccionar y medir el tiempo. Para saber en qué momento del día estamos.

–¡Qué raro! ¿Y para qué necesitas saberlo?

Le expliqué que nosotros dividíamos el día en veinticuatro horas.

–Así, por ejemplo, si te despiertas antes del amanecer y miras el reloj, sabes cuánto tiempo falta para levantarte.

Ella sonrió.

–A mí me basta con mirar el color del cielo –dijo. Y sus palabras encontraron eco entre la mayoría de los allí reunidos.

Poco después de esta conversación, nos acostamos. La caravana debía partir temprano y todos estábamos cansados.

Al amanecer, cuando ultimaban los preparativos, busqué a la adolescente –la reconocí de inmediato recogiendo una de las tiendas– y le regalé el reloj.

–Es muy bonito –dijo–. Siempre lo llevaré conmigo.

Pensé que a mi padre le hubiese gustado que aquel reloj que le había acompañado durante la mayor parte de su vida, sirviera ahora de pulsera en un mundo donde el transcurrir del tiempo no estaba fragmentado.

6.03.2020

Relojes en la literatura (24)



Título: De entre el humo.

Autor: Xabier Gutiérrez.

Fragmento:


-Sí, sé lo que vas a decir. La forma de garra que se les queda a las manos es impresionante. Es típico de los cuerpos calcinados -añadió el forense-. La razón es sencilla. Aguanta más el fuego la musculatura flexora que la extensora.

-Nunca me había tocado un caso con un cuerpo así de quemado -dijo Vicente.

-No te fijes en los dedos, fíjate en la muñeca.

-Parece un reloj. Lo que queda de él.

-Lo intentaremos sacar lo más entero posible para ver si podéis hacer algo con él. Se ve lo que podría ser el armazón de plástico, y el mecanismo de metal ha aguantado, pero no mucho. Ese era el detalle que al principio me hizo pensar que pudiera estar atado. Y no era así.

Vicente lo miró con detenimiento. El olor de la sala era diferente del día anterior. La atmósfera mantenía el aroma a quemado pero los productos químicos le estaban ganando la partida. Ese perfume aséptico se hacía cada vez más patente.

-¿Esto es la mano izquierda? -preguntó el subcomisario.

-No, no. Es la mano derecha.

-Ya, pero el reloj se suele llevar en la izquierda. Los mecanismos están hechos para que se manejen desde la derecha.

-Sí, yo mismo lo llevo en la derecha -dijo señalando su propio reloj. Vicente se quedó pensativo-. Lo voy a quitar con cuidado, pero antes quería que lo vieses. Haremos lo que podamos, aunque te garantizo que saldrá a trozos. Lo pasaré a los de la científica para que lo analicen. Igual sacan algo digno de reseñar.

5.29.2020

Relojes en la literatura (23)



Título: Al principio fue la línea de comandos.

Autor: Neal Stephenson.

Fragmento:

Si el vídeo se hubiera inventado hace cien años, tendría una ruedecita para la sintonización y una palanca para avanzar y rebobinar, y una gran asa de hierro forjado para cargar o expulsar los cassettes. Llevaría un gran reloj analógico delante, y habría que ajustar la hora moviendo las manillas en la esfera. Pero debido a que el vídeo se inventó cuando se inventó - durante una especie de incómodo periodo de transición entre la era de las interfaces mecánicas y los GUIs - tiene sólo unos cuantos botones delante, y para fijar la hora hay que pulsar los botones de modo correcto. Esto le debe de haber parecido bastante razonable a los ingenieros responsables, pero para muchos usuarios es sencillamente imposible. De ahí el famoso 12:00 que parpadea en tantos vídeos. Los informáticos lo llaman el problema del doce parpadeante. Cuando hablan de ello, empero, no suelen estar hablando de vídeos.

Los vídeos modernos habitualmente tienen algún tipo de programación en pantalla, lo cual significa que se puede fijar la hora y controlar las demás propiedades mediante una especie de GUI primitivo. Los GUIs también tienen botones virtuales, claro, pero también tienen otros tipos de controles virtuales, como botones de radio, casillas que tachar, espacios para introducir textos, esferas, y barras. Las interfaces compuestas de estos elementos parecen ser mucho más fáciles para muchas personas que pulsar esos botoncitos en la máquina, y así el propio 12:00 parpadeante está desapareciendo lentamente de los salones de Estados Unidos. El problema del doce parpadeante ha pasado a otras tecnologías.

Así que el GUI ha pasado de ser una interfaz para ordenadores personales a convertirse en una especie de metainterfaz que se emplea en cualquier nueva tecnología de consumo. Raramente es ideal, pero tener una interfaz ideal o incluso buena ya no es la prioridad; lo importante ahora es tener algún tipo de interfaz que los clientes usen realmente, de tal modo que los fabricantes puedan afirmar con toda seriedad que ofrecen nuevas posibilidades.

Queremos GUIs básicamente porque son convenientes y porque son fáciles - o al menos el GUI hace que así parezca-. Por supuesto, nada es realmente fácil y simple, y poner una bonita interfaz no cambia ese hecho. Un coche controlado a través de un GUI sería más fácil de conducir que uno controlado por los pedales y el volante, pero sería increíblemente peligroso. Al usar GUIs todo el tiempo hemos aceptado sin darnos cuenta la premisa de que pocas personas aceptarían si se les planteara directamente: a saber, que las cosas difíciles pueden hacerse fáciles, y las complicadas pueden volverse simples, acoplándoles la interfaz adecuada.

5.24.2020

Relojes en la literatura (22)



Título: Nuevamente Sturgeon.

Autor: Theodore Sturgeon.

Fragmento:


Observa el reloj que está sobre la puerta. ¿Observarlo? ¡Puedo oírlo! Bueno, pues escúchalo entonces, y mantén tu cabeza en el aquí y ahora, no empieces a fraccionar las cosas. Ese reloj debe estar enfermo, y atrasar como tres horas. Escucha cómo se lamenta.

5.19.2020

Relojes en la literatura (21)



Título: Los escarabajos vuelan al atardecer.

Autor: María Gripe.

Fragmento:


–¡Si, si! Debemos aceptar el trabajo –dijo David impacientemente. Cuando la señora Göransson entró en la habitación, Jonás estaba de pie junto al reloj, examinándolo.

–¿Qué haces ahí? –preguntó inmediatamente.

–¡Vaya un reloj antiguo tan curioso! ¿Funciona?

–No, no funciona. ¡Lo mejor es dejarlo en paz! –la voz de la señora Göransson se hizo más dura–: ¡Es inútil, no anda! Desde que alquilé la casa está sin funcionar.

5.14.2020

Relojes en la literatura (20)



Título: La última partida.

Autor: Tim Powers.

Fragmento:

La baraja fue empujada sobre el fieltro verde en dirección a Crane.

-¿Qué hora es? -preguntó con voz un poco nerviosa después de haberla cogido.

Durante el momento en que todo el mundo estuvo mirando su reloj de pulsera o torciendo el cuello para encontrar un reloj colgado en la pared, Crane desplegó los dedos de una mano para ocultar lo que iba a hacer, dejó caer la baraja en el bolso abierto que tenía sobre el regazo y sacó la baraja preparada.

-Las ocho y un poco de calderilla -dijo el que atendía el bar desde el otro extremo de la sala.

-Gracias -dijo Crane-. Siempre tengo más suerte después de las ocho.

Cortó la baraja que había sacado del bolso y juntó las dos mitades del mazo, pero aprovechó el momento en que éstas seguían encontrándose en ángulo recto con todas las cartas tocándose para hacerlas pasar la una a través de la otra como si estuviera separando dos peines que se habían quedado enganchados. Repitió la operación rápidamente varias veces, y en cada ocasión se las arregló para dar la impresión de que barajaba concienzudamente las cartas mientras que en realidad las mantenía en el mismo orden.


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