Ya nadie se acuerda apenas de los Casio F-30, aquellos relojes pensados para introducir a los niños en la hora digital y cuya pila no podía cambiarse (bueno, sí se podía, aquí os lo mostramos, pero estaba bien protegida para que el niño no pudiese acceder y solo lo hicieran sus padres), y que solo tenían dos pulsadores de plástico que formaban, además, una sola pieza con la cubierta trasera.
Pues resulta que, cuando me vi en la necesidad de deshacerme de todos mis vintages a un precio de risa (en la tienda de compra-venta saltaron de alegría cuando se los llevé), creí que entre ellos les había puesto el único F-30 que poseía. Ya ni pensaba en él porque prefiero no pensar en esas cosas, no porque me sienta sentimentalmente apegado, sino porque me entristece el esfuerzo que en su día hice para conseguirlos, un proceso que me duró bastantes años y..., en fin, que mejor no recordarlo.