Cuando uno adquiere un reloj, o cuando uno regala un reloj, ofrece o tiene más que un bello objeto de adorno. Estamos de acuerdo en que, como muchos complementos, un reloj luce. Y bastante. Bien los saben los fabricantes suizos, que los llenan de perlas y los recubren de oro, y dejan bien patente la marca en el frontal, para que el cliente lleve a extremos enfermizos su ego y su soberbia y presuma de él por donde vaya. Pero ya sabéis que aquí no nos gusta mucho hablar de eso, lo que más bien nos fascina y atrae es que con un reloj de resina sencillo, con un simple F-91 o W-59, uno puede sentirse muy cómodo, a gusto, y satisfecho. Contento, en suma. Pocos fabricantes fuera de Casio pueden decir eso, y pueden ofrecer eso, a ese precio.
Cuando uno regala unas gafas de sol, o las compra, es evidente que también le agrada lucirlas, se siente bien con ellas. Pero uso, es decir: básicamente lo que "las aprovechamos", se reduce a cubrirnos los ojos en los días de sol. Si llueve y está nublado o si uno está en casa, nadie en su sano juicio se las pone, aparte de por ser un poco estúpido (dejando de lado que se sufra una enfermedad ocular, claro), no veríamos "un carajo".