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12.14.2021

Mejor no estar en casa



En el barrio obrero donde vivía la mayoría de chavales pasaban los días en las calles. Lo normal entre los chiquillos de aquella época era que, al llegar del colegio, bien tras hacer los deberes o antes de hacerlos, salir con los amigos un rato. Se hacía mucha vida en los parques. Pero eso era "lo normal", como digo. En el caso de los chicos de mi barrio, sin embargo, con aquellos edificios de la época franquista con poca o nula habitabilidad e intimidad, habitados en su mayoría por familias desestructuradas, la vida en la calle no era un divertimento, sino un escape. Era mejor estar en la calle que en casa.

Eran los chicos que ponían aquellos "palillos en la cerradura" de la puerta del colegio (qué tiempos aquellos sin cámaras de seguridad por todas partes..., hoy sería un suicidio impensable). Eran los chicos que, al día siguiente, ante la insistencia del profesor por saber el por qué no habían hecho los deberes, solían responder con el consabido: "es que se me olvidó". Era una respuesta tan socorrida y escuchada que no era nada creíble, pero aquellas cabezas inocentes tampoco daban para mucho más. Claro que, de habérsele ocurrido a alguien una respuesta mejor o más útil, habría sido tan socorrida y repetida que acabaría siendo tanto o más ineficaz.




En cualquier caso, tras la consiguiente regañina -que les iba en el sueldo-, los profesores, en su mayoría, tampoco se preocupaban demasiado. Sabían de sobra y más que nadie que aquellos chiquillos no eran más que "carne de cañón", y que acabarían sus días de mala manera. Además, en aquellas clases atestadas de chavales, con cuarenta y cincuenta alumnos por aula, bastante tenían con tratar de mantener el orden. No. Que los educaran sus padres.

El problema era que sus padres, por lo general, eran los que menos educación tenían, y simplemente solían haber engendrado aquellos hijos porque "les venía en el paquete" de una noche -o varias- de excesos. Eran sus indeseables consecuencias, simplemente. A los padres les preocupaba más el alcohol, el dinero, las tragaperras o las furcias. Así de simple y de duro.



En mi caso, sin reloj en la muñeca y sin calculadora, dos instrumentos que acababan de aparecer y que estaban por las nubes (además, en mi casa todo lo que no fuera mecánico no estaba muy bien visto, mi padre no tragaba esos instrumentos tecnológicos que no entendía, y mi madre no comprendía cómo aquel mocoso que apenas levantaba un palmo del suelo podía sentirse tan atraído por aquellas rarezas digitales), se me iban los ojos cada vez que veía a un compañero con su Casio de pulsador hundido. Soñaba en mi mente, y fantaseaba sin parar, con aquel dichoso botón. ¿Para qué serviría? ¿Por qué estaría hundido? Me extasiaba con aquel diseño tan raro, que me parecía tan tecnológico y diferente, de aquel Marlin de caja negra.


_En la calle_

//Eran los gamberretes que incrustaban palillos en las cerraduras de las puertas del colegio, para que no hubiera clases al día siguiente. Todos unos héroes para algunos, con la libertad que ofrecía entonces el no haber cámaras de seguridad por ninguna esquina.//




Tendrían que pasar muchos años, muchísimos, demasiados, hasta que, ya con mi propio sueldo, pude hacerme con un Casio "con el pulsador hundido". Era un bonito W-24 con franjas rojas, y fue el primer Marlin que tuve. Eso me hizo un adicto e incondicional de los W-24, para mí supuso como si fuera el único reloj digital "que me quiso", o el primero al que pude echarle al guante con ese diseño tan peculiar. Luego vendrían muchos relojes claro, pero el W-24 se ha convertido en aquel modelo que me hace volver a una infancia en donde no lo pude disfrutar, y con el que siempre soñé. Y también me hace recordar que, como decía Santa Teresa, la paciencia "todo lo alcanza".



| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com




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1 comentario:

  1. Es curioso como los entusiastas de la tecnología en los 80 éramos los más jóvenes. Aquellos que dábamos crédito al mundo nipón cuando todo lo que no fuera estadounidense, alemán o francés era basura. Creo que ahora las cosas son diferentes, quizás porque ya no son los jóvenes los que la lideran. Es normal, quién puede permitirse un smartphone de 1000€?

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