Una caja acorazada es un relato que pertenece a A. Bial le Métayer y que forma parte de su serie de novelas "Un lugar en el tiempo", disponibles en Amazon y en Gum.
Original de A. Bial le Métayer
Felipe Maniaga era uno de los obreros que durante los años ochenta trabajaban en la ampliación del metro de Madrid. Provenientes de Extremadura, cada mañana un autobús les llevaba hasta la capital de España. En uno de esos viajes, mientras realizaban la habitual parada a las siete de la mañana para tomar un refrigerio en un bar de carretera, Felipe se quedó en el exterior esperando, junto a un compañero, a los demás. Se acercaron a disfrutar de las vistas del amanecer al borde de la carretera, que rodeaba un barranco. En un momento dado, Felipe estiró el brazo para señalar los picos nevados de unas montañas en el horizonte, y el reloj de su muñeca, con uno de sus pasadores que venía dándole claros signos de deterioro desde hacía tiempo, se desprendió.
El reloj saltó volando colina abajo. Era un G-Shock DW-5000.
Muchos años después, con Felipe ya jubilado, él y su hijo caminaban por los senderos de la zona, en uno de sus habituales paseos de la tarde. Solían recorrer largos trayectos andando por los valles. El hijo de Felipe, Celso, era un enamorado de la naturaleza y de la fotografía. Solía hacer fotos de cada especie arbórea, rincón montañoso o paisaje llamativo que veían.
Entre esos altos para hacer fotos, especialmente macros de insectos y pequeñas flores con las que se encontraban en su camino, Celso se adentró por un angosto sendero cubierto de maleza. Su padre Felipe lo siguió. Anduvieron largo rato, ascendieron empinadas cuestas. A pesar de su edad, Felipe aún se mantenía en una buena forma física. Entonces se percató de un reflejo luminoso que un rayo de sol había producido. Le pidió a su hijo que se detuviera, y se dirigió hacia allí. Con su bastón trató de abrirse paso entre zarzas y arbustos, que enmarañaban el terreno enredándose entre sus piernas. Al fin llegaron al lugar.
- ¿Qué has visto? - Preguntó Celso.
- Algo de metal, brillante...
- ¿Estás seguro? - Insistió Celso, que sabía muy bien que la vista de su padre ya no era lo que en su día fue.
- Sí, claro que sí...
- Podría ser un charco de agua...
Podrían ser muchas cosas. Pero Felipe sentía en su interior que debía seguir buscando, que era necesario encontrar aquello, sea lo que fuera que hubiese visto. Pero no fue él quien lo encontró. Por fin, su hijo cantó victoria, alzando su brazo con un trozo de metal en su mano:
- ¡Lo tengo!
Y Felipe no tuvo ni que acercarse. Mientras pedía: "déjame ver", su hijo ya le había arrojado el extraño objeto hacia sus manos. Lo cogió al aire. ¡Su reloj! Era inconfundible, porque, ¿quién otro podría haber perdido un reloj allí? Aquel no debía ser otro más que su reloj, su preciado G-Shock DW-5000 que había perdido hacía tantos años. Claro que su hijo ni lo recordaba, menos aún en aquel estado: de la caída y las inclemencias del tiempo, el bisel de goma se había quedado totalmente destrozado, partido. El cristal mineral había sufrido graves desperfectos, y de los golpes contra las duras rocas desde tanta altura una de las asas metálicas se había doblado. El resto de la caja, sobre todo la tapa de cierre, estaba llena de arañazos.
Durante el trayecto de regreso ya no hablaron de otra cosa. El Casio DW-5000 centraba totalmente su conversación. Celso empezaba a dudar:
- Puede que no fuese el tuyo...
- ¡Sí lo es! - Exclamaba su padre.
- ... Quizá alguien más lo perdió, quien sabe, por estas carreteras antes había mucho tráfico, sobre todo camioneros, antes de que se hiciera el desvío a la autopista.
Pero su padre no quería oír ni hablar de que aquel no fuese otro más que su reloj. Su reloj de juventud, el que le había acompañado durante tantos momentos.
- Con él conocí a tu madre... - Le empezaba a decir a su hijo Celso el cual, temiendo que la conversación acabase en la declaración de amor o en los detalles del noviazgo de su progenitor, sugirió:
- Si realmente es tu reloj, al que le tenías tanto aprecio, será mejor que busquemos un sitio donde repararlo.
¿Dónde reparar un viejo DW-5000, totalmente destrozado? La mayoría de relojeros a los que Felipe y Celso acudieron les recomendaron que ni lo intentasen. Les dijeron que adquiriesen uno nuevo, que les saldría más cara la reparación que una edición limitada o especial de caja metálica de los G-Shock actuales. Otros les recomendaron venderlo por piezas, "el módulo" - les decían - "al menos, podrá aprovecharse". Porque en efecto, a pesar de todo el tiempo pasado, el reloj había soportado bastante bien las angustias de tantos inviernos, protegiendo el preciado módulo de su interior. Y la pila, afortunadamente, aunque ya agotada, no había perdido líquido.
No, no se hacían pilas como las de antes. Ni aquellos módulos ya se fabricaban. Así que decidieron esperar, y seguir buscando alguien que supiera cómo reparar aquel viejo G-Shock.
- ¿Dónde lo compraste? - Preguntó su hijo -. Quizá allí puedan ayudarnos...
- No lo sé. - Respondió Felipe -. Me lo regaló mi padre.
Claro, un reloj siempre tiene que ser regalado. Pero por desgracia, el abuelo de Celso hacía muchos años ya que había fallecido. No podría ayudarles en eso.
Felipe no usaba mucho la tecnología actual. No era muy amigo de ordenadores, ni de smartphones, ni redes sociales o cosas parecidas que, decía, no lograba entender. Pero sí su hijo. Él fue quien entró en uno de los portales más famosos y divulgativos de Casio, ZonaCasio, a consultar sobre su caso, exponiendo su problema, y buscando ayuda. Alguien le respondió que lo intentase en una tienda llamada "La Elegante". La encontró en un directorio y, curiosamente, no quedaba muy lejos; solo era un paseo a la ciudad. Convenció a su padre - algo cansado ya de intentar encontrar un relojero experto para su caso, que ya daba por perdido y que incluso empezaba a dudar de que aquel reloj fuese el suyo... -, y ambos se decidieron a acercarse a aquella tienda.
Por un lado, cuando Felipe vio lo añejo del local, empezó a sentir una cierta esperanza de que por fin hubiesen encontrado un relojero competente de los que, por desgracia, cada vez quedaban menos frente a la amenaza de esos relojes y smartwatches actuales "de usar y tirar". Pero sus ilusiones se estrellaron contra el suelo, disipándose en cuanto vio aparecer desde la trastienda y colocarse tras el mostrador a una pequeña mujercita. Aquella no era el ancianito que él confiaba encontrar.
Le enseñaron el reloj, y le expusieron el caso. Tras mirarlo con ojos críticos y algo decepcionados por el estado en que se hallaba aquel legendario modelo de DW-5000, Adela preguntó mirando hacia Felipe:
- ¿En serio es este su reloj? ¿Aquel que perdió cuando acudía a trabajar?
- Sí... - Respondió el anciano.
- No se sabe. - Corrigió su hijo.
Adela sonrió. Miró el reloj de nuevo, lo revisó haciéndolo girar entre sus dedos, y Felipe, temiendo los remilgos de la relojera, se adelantó diciendo:
- No se puede hacer nada, ¿verdad?
Adela sonrió, y musitó:
- Acero japonés... Una caja acorazada. El cristal lo puedo cambiar - añadió -, quedarán marcas de los arañazos más profundos... Pero, respecto a esto - indicó el asa torcida - veremos cómo responde a la presión.
Padre e hijo se miraron, atónitos, y voltearon de nuevo la cabeza hacia la dependienta:
- O sea... ¿Lo hará? - Preguntaron casi al unísono. Adela sonrió:
- Lo intentaré, al menos. Déjeme su número de teléfono, les llamaré cuando haya acabado y a ver lo que consigo sacar de este G-Shock.
Adela tenía varios DW-5000 en venta, pero ni se le pasó por la cabeza la idea de proponerle a Felipe que lo cambiase por uno nuevo. Sabía que lo importante de aquel G-Shock eran otras cosas, algo que no se puede comprar ni vender: su historia, su pasado... Sus marcas y sus arañazos personales, los cuales no se pueden imitar. Es algo que se hace y se logra llevando el reloj cada día, y durante muchos años de ver la hora en él.
Una vez sola de nuevo, llevó el DW-5000 a la trastienda y, tras retirarle los restos de bisel, lo colocó sobre una caja de relojero. El bisel, aunque difíciles de encontrar, no era una pieza que le preocupara a la pequeña Adela, puesto que tenía más que suficientes recambios, guardados desde tiempos de su abuelo. Le preocupaba más el asa torcida, pero había un par de elementos que le daban ventaja.
Uno era que, durante su estancia en Baume et Mercier, en Suiza, había aprendido la destreza de trabajar con calor, de ser delicada con un soplete. El otro era que el DW-5000 estaba hecho de acero macizo. Al contrario que el aluminio, la cerámica o la fibra de carbono, utilizada también en relojería y joyería, el acero era bastante flexible. Podía soportar impactos sin partirse, y permitía una cierta libertad de moldeado. De manera que con delicadeza, y tras apretar firmemente las sujeciones de la caja en un banco de trabajo - una vez extraído cristal y módulo, obviamente -, calentó el metal. Luego, con la máxima delicadeza, golpeó el asa. A cada impacto medía con un calibre vernier la distancia, hasta lograr un equilibrio lo más preciso y exacto posible con su asa respectiva. Luego, con el resto.
Pulió la caja, aceitó pulsadores, cambió juntas de estanqueidad, cambió el quemado filtro polarizador del módulo, colocó un nuevo cristal mineral original - que también guardaba entre las piezas de recambio de Casio -, y le puso el bisel de uretano y la correa de resina. Fueron muchas horas de trabajo, pero por fin había terminado. En precio, ciertamente, uno no sabría qué cantidad pedir. Ella tampoco. Ni aquel reloj ni aquellas piezas se encontraban ya a la venta. Habían desaparecido del mercado hacía muchos años.
Entonces, mientras sometía al acero de la tapa de cierre a la última capa de abrillantador, se dio cuenta de un detalle pero que, hasta entonces, de tan evidente ni se había fijado: el número de serie. Todos los DW-5000 de la época llevaban consigo un número de serie único, que Casio les ponía a cada G-Shock antes de salir de su fábrica japonesa, dando muestras evidentes de lo especiales que eran aquellos guardatiempos incluso para la firma nipona. El número de serie era un registro individual: ningún otro reloj podía existir con el mismo. Y, al contrario que en la actualidad, por aquellos años Casio marcaba ese número muy profundamente en la cubierta roscada de acero de su cierre. Así que el del DW-5000 de Felipe estaba bien a la vista, más aún tras el pulido.
Adela cogió una hoja de papel y lo anotó en ella. Pudiera ser casualidad, pero quién sabe... Tal vez pudiera darse el caso. Tenía que comprobarlo.
Según le había dicho Felipe, su padre le había comprado el reloj a mediados de los años ochenta. Desempolvó los libros de registro de su abuelo, el anciano relojero lo anotaba todo y guardaba celosamente cada venta, reparación o trabajo fuera o dentro del taller de la tienda. Incluso los trabajos que hacía por encargo en el exterior. Eso implicaba, por supuesto, que Adela tenía que bucear entre polvorientas cajas de amarillentos expedientes durante horas. No terminó hasta mediada la madrugada. Por fin, dio con los cuadernos característicos de Miquel Rius, con tapas negras amarmoladas, de los ochenta. Durante 1985 y 1986 su abuelo había vendido bastantes relojes DW-5000. Fueron con diferencia los años de más ventas, también Casio había tardado más tiempo en servírselos: doce en 1983, precisamente el año en que apareció el modelo. Cuarenta en 1984, de los que apenas se vendieron diez. Ni siquiera se habían vendido uno por mes. Sin embargo, al año siguiente su abuelo seguía haciendo pedidos. Sesenta DW-5000 le llegaron en 1986, el año con más unidades en tienda, que la mayoría nunca llegaron a vender.
Adela buscó las ventas y sus números de serie. Esa era una labor ingente: su abuelo no anotaba las ventas por marcas, indistintamente podía tener anotada la venta de un IWC en una hoja, y a continuación la de un Alba de Seiko. No seguía un orden concreto. Por fortuna, para los números de serie usaba una pluma de tinta roja, casi inverosímil en la época. Adela recordaba que, por las noches, su padre rellenaba con esa tinta, que le llegaba importada desde Alemania, su preciada pluma de nácar. Aunque tras el paso de tanto tiempo aquella tinta se encontraba bastante apagada, el tono rojo todavía se distinguía bastante perfectamente de entre la tinta negra del resto, una muestra evidente de la gran calidad de aquel viejo pigmento, seguramente ninguna de las tintas actuales habrían podido superar esa dura prueba, ni tan siquiera las aplaudidas y ostentosas tintas indelebles de las marcas de escritura más avanzadas.
De esta forma, para Adela le resultaba algo más llevadero ir recorriendo los números de registro. Miraba si empezaba por el mismo que el que estaba marcado en el DW-5000 que buscaba y, si no era así, pasaba al siguiente. Así hoja por hoja durante varias horas.
Cuando ya rallaba el alba, con los ojos pesados y cerrándosele por el sueño, decidió que lo mejor sería descansar y dejar la revisión de los viejos cuadernos para el día siguiente.
El señor Felipe Maniaga dio varios pasos hasta situarse enfrente del mostrador, acompañado de su hijo Celso. Confió en que el sonido de la campanilla al abrir la puerta de la relojería hubiese advertido a la dependienta, mientras escudriñaba entre la penumbra del interior. En efecto, al minuto siguiente se acercó desde el pasillo, entre las estanterías que daban a la trastienda, una sonriente Adela. Pero no llegaba con una cajita pequeña, que sería lo lógico para albergar el reloj, sino que lo hacía, además, con un descolorido cuaderno de tapas duras. Tras saludarles, colocó el cuaderno sobre el mostrador, y sin abrirlo, les mostró el resultado de su trabajo: el restaurado DW-5000. Felipe lo cogió entre sus dedos con ceremonial delicadeza, mientras su hijo observaba con atención el G-Shock digital: no parecía el mismo.
- ¡Cielos! - Exclamó Felipe -. ¡Ha hecho un trabajo magnífico! Pero... ¡Hasta parece otro!
De hecho, el anciano propietario tuvo que darle la vuelta al reloj para asegurarse que las marcas que lo identificaban continuaban allí. Ciertamente más sutiles, menos afiladas y cortantes gracias al pulido, pero con los mismos trazos.
- Sí, definitivamente es mi reloj. - Dijo Felipe, mientras se lo pasaba a su hijo Celso para que él también disfrutase del reluciente reloj.
- Y en realidad es el suyo, está en lo cierto. - Dijo Adela.
Felipe frunció el ceño. No sabía muy bien qué quería decir la relojera. Ella continuó, señalando al reloj:
- ¿Ve ese número de identificación en la tapa de cierre? - Celso giró el reloj, para mostrárselo a su padre -. Es un número de serie único. Ese número identifica cada reloj inequívocamente. Resulta que mi abuelo, que regentaba antes esta relojería, guardaba registros de todas las ventas en estos cuadernos. Sí, es menos ágil y menos glamoroso que las majestuosas TPVs de ahora, pero a cambio la información permanece más tiempo y se puede consultar sin actualizaciones, aparatos, ni complicados formatos de almacenamiento de archivos. - Explicaba -. Pues bien, me he puesto a buscar y he encontrado algo que seguramente les interesará saber.
- ¿Qué es? - Se adelantó a preguntar Celso, ante la cara de estupor de su padre, y francamente curioso.
Adela señaló un párrafo escrito con una letra alta y levemente inclinada, como solía escribir su abuelo:
- El veintitrés de mayo, un señor adquirió este mismo reloj aquí, a las nueve y veinte de la mañana - por aquellos años las tiendas solían abrir más temprano -. El número de registro coincide, y mire esto: "Casio G-Shock DW-5000".
Felipe estaba boquiabierto:
- ¡Increíble!
- Lo mejor - decía Adela - es que mi abuelo anotó el nombre del dueño: Felipe Maniaga Velasco.
- ¡Ese era mi padre! - Exclamó un excitado Felipe, sin poderlo evitar.
- El hecho de que esté su nombre - decía Adela - es debido a que..., no se si lo sabe, su padre pagó ese reloj a plazos. En dos plazos. Uno ese día, y el otro en agosto.
Felipe casi se echaba a llorar, recordando aquel día en que su padre se lo regaló, y las circunstancias:
- Sí..., no me extraña, en el campo no nos iban las cosas muy bien, mi padre me decía que trabajase duro y me labrara un futuro, que estudiara... Recuerdo que había venido a la ciudad a unas gestiones burocráticas, esa semana era mi cumpleaños, y volvió con el reloj... Pero, ¡cielos! ¡No sabía que había tenido que pagarlo a plazos, el pobre hombre! ¡Nunca me dijo nada! Seguro que en aquel tiempo fue para él un gran esfuerzo adquirir este DW-5000...
Celso abrazó a su padre también emocionado y, tras un rato, Felipe miró con ojos vidriosos a Adela:
- Muchísimas gracias, señorita... No se imagina la alegría que acaba de darme. Porque supongo que no le habrá sido nada fácil recuperar esos archivos, probablemente ha sido una búsqueda muy ingrata.
Adela esbozó una tímida sonrisa:
- No se preocupe. Ha merecido la pena.
- Entonces, ¿me haría un favor más? Se lo ruego.
- Si puedo... -. Respondió ella.
- Anote también en un cuaderno esta reparación.
Adela se echó a reír:
- Eso está hecho. Siempre lo hago, no dejé esa costumbre desde que retomé este negocio de mi abuelo. Sabía que él lo hacía por alguna razón además de por realizar un asiento de las ventas.
Felipe no quiso que le envolvieran el reloj: decidió llevárselo puesto, y aseguró que no se lo volvería a quitar pero, antes de darse la vuelta para irse, se detuvo, miró hacia uno de los expositores, y luego pasó la mirada hacia la relojera:
- ¿Es éste otro DW-5000?
- Sí. De los pocos que quedan sin vender. - Dijo ella.
Entonces, Felipe miró hacia su hijo, y de nuevo hacia la dependienta:
- ¿Me lo vendería? Quisiera regalárselo a mi hijo.
- ¡Papá! ¿Estás seguro? - Intervino su hijo, emocionado.
- Claro que sí. Así te llevarás el mismo reloj que yo. Porque un reloj debe ser regalado.
Notas a "Una caja acorazada"
Siempre suele hablarse de herencias de relojes refiriéndose en la mayoría de ocasiones a modelos analógicos mecánicos. Sobre todo, en las campañas de publicidad de algunas firmas relojeras suizas. Decidí que sería buena idea realizar una nostálgica historia de herencia pero, en lugar de con un clásico y habitual modelo mecánico, con un digital. Qué mejor que recurrir para ello al DW-5000, un reloj que lo tiene todo en ese sentido: historia, leyenda, épica...
No son pocas las anécdotas con este reloj, en donde propietarios cuentan cómo han resistido el paso del tiempo y muchos malos tratos sin problemas. G-Shock presumía de usar en ellos una robusta caja de metal con cierre roscado, casi como una caja acorazada, dentro de la cual permanecía suspendido su mecanismo: el módulo flotante.
Recordé entonces la historia de los trabajadores extremeños, que tenían que realizar trayectos de madrugada para sus largas jornadas de trabajo en la industria madrileña. Así que solo quedaba enlazar una historia con la otra, para entretejer un relato con los ingredientes necesarios que conviertan a uno de esos longevos modelos de G-Shock, casi como un miembro más de la familia. Y, con él, poder darle una alegría a su feliz propietario, tras hacerlo pasar por las delicadas y expertas manos de Adela. Y demostrar, además, que un reloj digital puede también tener tanto romanticismo o más, como cualquier mecánico. Al fin y al cabo, quien llena de sentimientos y recuerdos a su reloj es, en suma, su propietario y los diversos momentos que vive y comparte con él.
| Redacción: A. Bial le Métayer
Simplemente, maravillosa história.
ResponderEliminarGracias Diego
EliminarMuy buen relato, me ha encantado..una vez hablando con uno de relojes me comentó que tenia un orient digital de los 70, que fue de su padre ya fallecido y que no funcionaba,lo había llevado a dos relojeros y al servicio oficial (creo que de citizen) ..el reloj según todos estaba muerto y le dije que si me lo dejaba..bien, al abrirlo vi que las pilas seguian ahi todavia con su ácido y sus marcas de haberle entrado agua y sudor, por lo que deduje que nadie lo habia abierto para ni siquiera mirarlo..lo desmont3 entero (aquello estaba lleno de tornillos) lo lave todo con jabon, agua y un cepillo, debajo de la mierda que no era poca apareció la palabra SHARP en ese placa verde flexible, justo debajo de los conectores de goma del lcd..lo aclare bien con alcohol..lo dejé unos días secando y al ponerle las dos pilas (esas gordas de boton) adivina, se pone a funcionar..Le pedí la voluntad (que al final fueron 10e y una birra) porque me pago con su cara y el saber que aquel reloj "muerto" era de su padre..
ResponderEliminarSalud.
Que bonita experiencia... Y vaya destreza la tuya, yo nunca he podido recuperar ninguna placa sulfatada, por mucho que lo intenté.
EliminarMe dio bastante gerra , pero mas bien creo que fue suerte, algo de amor por mi parte y que aquéllos relojes estaban hechos de otra manera..
EliminarSalud.
Bonita historia !!
ResponderEliminarGracias
Saludos desde San Luis Potosí México !!