Caminas por la calle y de pronto te das cuenta de que a tu alrededor hay cuatro o cinco personas hablando. Todas a la vez y ninguna entre ellas. Pegadas a un teléfono móvil en la oreja.
Te paras ante un semáforo y a tu alrededor y ante ti nadie presta atención a nada. La mayoría de las personas están con sus dedos en las pantallas de sus smartphones. Otras aprovechan para leer los titulares de ese día (o este mismo blog) en el tiempo que tarda el semáforo en cambiar de color.
Vas en el metro, en el tren o en el autobús, y sólo se ven cabezas hundidas en sus hombros. Sus miradas repasan sus correos electrónicos, o leen una novela, en sus teléfonos móviles y tablets.
Tú giras la muñeca y le echas un vistazo a tu reloj, de la época cavernaria, y te preguntas dónde te encontrabas tú cuando todo cambió. No hay tiendas de periódicos, ni revistas. Hiperconectados. Megainformados. Sobreinformados. Las ancianas en los parques hablan por sus móviles mientras buscan los rincones al sol. Hay una terrible nube de soledad en el ambiente, y, si todos están así, el ciberspacio tiene que estar megasaturado.
Pero no es así.
En el ciberspacio nadie encuentra a nadie. Todos se reservan su propio sitio donde nadie puede entrar, pero tampoco nadie puede salir. Todos prisioneros de su propia privacidad. No hay espacios comunes porque se les considera "peligrosos". Lo de fuera, todo lo que esté fuera, es un peligro potencial. Mejor evitarlo. Así nadie se mezcla en problemas de nadie y todos más tranquilos.
El tiempo y los ritmos los miden la producción, si no produces es como si tu tiempo hubiera sido vano, como si no existiese. Ya no lo miden las agujas de un reloj. Un día sin noche y una noche sin alba. Todo masificado, pero sin mezclarse. Todo generalizado, pero sin personalizarse.
Has visto el dolor en multitud de rostros humanos, y todos ellos se encuentan grabados en tu subconsciente como los cuadros en la cinta de una película antigua.
Miles de miradas alrededor del mundo, vacías, inexpresivas. La ciudad late con unos latidos rítmicos, al ritmo de tu segundero. La cuenta atrás hace mucho que se ha iniciado. Somos cobayas de nuestros propios experimentos, seres inertes de alma que luchan batallas del pasado. Almidonados trajes de satén en movimiento. Fantasmas del tiempo... sin tiempo.
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