Las antenas de las ciudades tienen algo de especial. Son "los árboles" artificiales de la civilización. Todo un paisaje de elementos arquitectónicos a los que pocas veces prestamos atención y que cohabitan y subsisten por encima de nuestras cabezas. Rozando el cielo. ¿Y qué son, todas ellas, en la noche, más que fantasmagóricas formas que extienden sus brazos hacia nuestros sueños, portando las señales de nuestros teléfonos, nuestras televisiones y nuestros receptores de radio?
Sus espectros viajan con nosotros, nos tocan sutilmente, nos rodean, invisibles incógnitas que portan noticias, música, conversaciones... Retazos de vida que pululan y danzan por el aire ante nuestros ojos, sin que seamos capaces de verlas, invisibles. Sin poder ni siquiera percibir su presencia. ¿Qué son, sino series de encuentros y desencuentros de amores lejanos, de hilos perdidos, entrecortados, de historias jamás divulgadas? Planes, ilusiones, esperanzas. Portan la vida de las personas escritas en pulsos eléctricos, como los latidos de un corazón en un mar de sensaciones, en el cuerpo de un ente quimérico.