Estamos a principios de la década de los ochenta, en plena fiebre de los digitales. Los relojes de cuarzo se venden como rosquillas y están presentes en la mayoría de muñecas, hasta el extremo de amenazar con eclipsar no solo a los relojes mecánicos, sino a los relojes analógicos -de agujas- incluso. Y no solo son la última moda, no solo son "cool", sino que son más útiles y precisos que un mecánico y, además, son más prácticos al incorporar -en muchos casos- más funciones. Por eso a esa etapa se la llamó "la era del cuarzo", aunque en realidad apenas llegó a ser una década.
El cuarzo apareció también en escena en un momento álgido de las computadoras y la microelectrónica, por lo que llevar un reloj digital era lo más parecido a llevar una microcomputadora de bolsillo. Más que llevar hoy un smartwatch. Y los había muy avanzados para su tiempo: con pantalla táctil, calculadora, traductores... Incluso podías acercarlo a un aparato de teléfono y hacer que marcaran un número. Eran los "phone dialers", antes de que ese término adoptase las negativas connotaciones que le dio la informática mucho más recientemente.