Hubo un tiempo en que si querías tener un reloj digital, y no "de agujas", debías conformarte con una solución expeditiva y un tanto rocambolesca, con funcionamiento mecánico bastante engorroso. Si lo miramos fríamente, estos relojes no dejaban de ser una especie de dos ventanitas fechadoras, salvo que el disco en el cual estarían puestos los días del mes, se sustituían por discos con los minutos y horas (60 en el primer caso, 12 en el segundo). Obviamente, esos discos unidos al tren de engranajes que guiaba las horas y los minutos, y no al sistema de cambio diario del calendario convencional en un mecánico.
Marcas como Lucerne (que toma su nombre, precisamente, de la ciudad Lucerna de Suiza) ofrecían relojes de esta índole, como ves un tanto minimalistas dado que la incorporación de tanto disco hacía imprescindible el dedicarle mucho espacio que luego había que "taparlo" de alguna manera. Cierto que el resultado era un tanto futurista, como también lo era el hecho de que había que tener una agudizada vista para poder leer esos minúsculos números de los minutos, a los cuales ayudaba, en cierta forma, una ventana de forma curva por la que se alcanzaba a ver parte de los minutos sucesores y antecesores al actual y que, además, servía para que el número del minuto no se quedase en medio y no se pudiera ver al completo, en cuyo caso nos quedábamos sabiendo la hora, pero no el minuto, hasta que se colocara centrado bajo la ventana.