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2.17.2020

Adela vuelve a la tienda


Tras el éxito de la primera temporada de la serie de relatos "Un lugar en el tiempo", hemos decidido preparar una segunda recopilación que esperamos poder lanzar en las próximas semanas. En estos nuevos relatos veremos a nuestra simpática relojera saliendo de su tienda viajando hacia su querida Baume et Mercier en Suiza, y también relacionándose con los dispares y peculiares personajes que, como vísteis en el primer recopilatorio, se acercan a su relojería: coleccionistas de relojes, clientes variopintos que a veces dan lugar a curiosas y en ocasiones esperpénticas anécdotas...

También contaremos con extras que seguramente a muchos de vosotros os agradará encontrar, entre ellos, apariciones esporádicas de Paul Davis, y de personajes de la saga de A Contrarreloj.

6.17.2019

El caso de Paul Davis


Un relato de A. Bial Le Métayer, que forma parte de la saga "Un lugar en el tiempo" y "A Contrarreloj".


- ¡Extra! ¡Extra! ¡Ha llegado "El Extra"! ¡Las últimas noticias de ayer para hoy! ¡Extra! ¡"El Extra"! ¡No se quede sin su ejemplar!

En cuanto oyó los gritos anunciando el periódico, Adela dejó sus bártulos sobre la mesa de trabajo y correteó hacia la zona de atención al público de la tienda. Se fue hacia la puerta y la abrió, volviéndose de nuevo hacia el mostrador, y colocándose tras él. Abrió la caja registradora y sacó de uno de los cajetines un euro, justo en el momento en que Iván González entraba a grito pelado en el local:

- ¡Extra! ¡Extra! ¡No se quede sin su ejemplar!

Adela extendió la moneda y, sin bajar la voz, el muchacho dejaba uno de los periódicos sobre el mostrador, cogiendo acto seguido el euro. Sin despedirse, sin dejar de gritar, dio media vuelta y regresó a la calle. Adela esbozó una sonrisa.

Iván era un chico vivaracho y, a la vista estaba, con ingenio. Por desgracia no había tenido buena suerte, había nacido en una familia totalmente desestructurada, apenas pudo estudiar y a los quince años ya había abandonado el colegio. Desde hacía unos meses se había dedicado a una tarea curiosa: por la tarde sacaba noticias de páginas de Internet, las pegaba en una plantilla, y las pasaba a pdf. Luego metía el archivo en un pendrive, imprimía en una copistería varios ejemplares, regresaba a casa y los grapaba. A la mañana siguiente los iba vendiendo por la calle, a un euro "o la voluntad", decía. Siempre y cuando esa "voluntad", claro, fuese más que un euro.

Al periódico (por decirlo de alguna manera, ya que no eran más que un incierto número de páginas fotocopiadas a doble cara, y grapadas en la esquina superior) le llamaba "El Extra" porque, según Iván, se publicaban las noticias "extraordinarias" que encontraba (o todo lo extraordinarias que él valorase como tal, claro), y era como un "extra" a lo que la gente podía leer en Internet. Incluso a veces ponía secciones, centrándose - por su obvio éxito - en las noticias, acontecimientos, y sucesos locales.

En el membrete del periódico ponía en grandes letras de corte románico: "El Extra" y, bajo ellas, añadía la leyenda: "las noticias de ayer para hoy". Iván parecía no darse cuenta de lo poco acertada de esa leyenda, era como enfocar la atención hacia el hecho de que eran noticias un tanto "caducadas", algo que iba en contra de las más mínimas normas publicistas o de marketing. Pero lo que a Iván no se le podía negar era, eso sí, iniciativa. El muchacho trataba de salir adelante como podía y con imaginación, y la idea de un periódico era mucho mejor que ir vendiendo crack, esnifar pegamento, o lo que fuera que hicieran los jóvenes marginados de hoy.

En suma, a ella le caía simpático el muchacho, y le pagaba con gusto el euro que, junto al encabezado del periódico, se anunciaba como precio de venta: "Sólo por 1 €". La relojera suponía que cada ejemplar no debía costarle a Iván más de sesenta céntimos (dependiendo del número de hojas, que ya decimos que era muy dispar), así que el chico podía sacar un poco de dinero "honradamente".

Poco a poco el joven había conseguido una clientela más o menos habitual, excepto el propietario del quiosco del barrio, que no lo veía con buenos ojos y le acusaba de violar copyrights y unas cuantas cosas más; la mercería, la panadería, y algunas vecinas eran clientes habituales. También muchos de los ancianos que se sentaban en el parque gastaban ese euro con gusto, sobre todo los días en los que hacía buen tiempo. Porque Iván, que como decimos era muy espabilado y bastante imaginativo, se había dado cuenta que si aumentaba el tamaño de las fuentes tipográdicas de su periódico, los viejecitos lo leerían mejor. Acababan acostumbrándose tanto a esa letra que los periódicos en papel y al uso les daban la sensación que tenían las letras más pequeñas que antes.

Normalmente Adela no leía el periódico, lo compraba y luego lo dejaba en el mostrador para que se lo llevara algún cliente que entrase, y de esa manera colaborar a difundir el negocio de Iván. Aunque, eso sí, lo ojeaba por alto.

Por lo tanto así se encontraba, mirando los titulares de diversas noticias, cuando una captó su atención. Decía:

"Paul Davis resuelve un nuevo caso". Y añadía, en la entradilla: "El popular detective de relojes consigue dar con la solución a otro misterio". La pequeña mujercita cogió el periódico en su mano, se puso las gafas, y se sentó junto a la butaca de su abuelo, interesada y centrando toda su atención en aquella sugerente y atrayente noticia de "El Extra".

Esto fue lo que leyó.

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