
Imaginaros una aldea cualquiera en la baja edad media. Sus calles pestilentes por los excrementos y los cuerpos en descomposición, a los que sólo unas pocas órdenes religiosas se atreven a poner las manos encima. Las ratas callejean libremente, comiendo mugre y acampando a sus anchas por las esquinas. Los cuervos, y un sinfín de pájaros carroñeros, se agolpan sobre los tejados de las lóbregas casas. Sus sombras se recortan en la llovizna y bajo el oscuro cielo del invierno, creando fantasmagóricas formas sobre el húmedo suelo empedrado. De cuando en cuando se oye el rumor, o el lamento, de alguna familia destrozada entre la pobreza, la hambruna, y la peste.
Las campanas de la iglesia tocan a muerto. Llaman a un funeral más. Y ése reloj, ése diseño de números, agujas y esfera, bien podría ser éste mismo que ahora, en condensada miniatura, en comprimida esencia gótica, Casio presenta este mes.