Durante el colegio había un elemento que marcaba más que ninguno el paso de la niñez a la adolescencia: el cuaderno. De usar pequeños cuadernos tamaño A5 para las tareas escolares, con los que más o menos nos sentíamos muy familiarizados, cuando pasábamos a ciclos superiores la necesidad de tomar más cantidad de apuntes y albergar más información nos empujaba a utilizar cuadernos más grandes, y así pasábamos a usar los cuadernos "tamaño folio", los A4.
No solo eran los cuadernos los que habían cambiado, acompañándonos en nuestro crecimiento intelectual. También la vestimenta y, por supuesto, nuestros complementos. De aquellos iniciales relojes de las F Series o de las W Series (F-10, F-30, F-84, W-24 o W-14), empezábamos a inclinarnos por relojes más "serios", con aspecto y especificaciones más radicales. Los más afortunados, los DW-5000 y familia de las Five Series con caja de metal, los menos, DW-5900, DW-6900 y derivados.
Era un paso necesario en nuestra evolución intelectual y como persona, pero también irremediable, porque no había vuelta atrás. Las responsabilidades crecían. Cierto que podíamos salir más horas, y hasta más tarde, y sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Pero eso suponía tener que ser más conscientes de nuestros actos, tratar de ser lo que se dice más "formales". Ya no valía hacer una gamberrada y esconderse tras mamá.
Debíamos valorar y juzgar por nosotros mismos las buenas o malas compañías, elegir con quién íbamos y con quién mejor no. Qué bebíamos, y hasta dónde podíamos "dejarnos ir". Y el reloj, como ahora lo es el smartphone, era un elemento vital para vivir todo ello. Con él sabíamos a qué hora coger el autobús o el tren, o los más afortunados, con coche, motocicleta o ciclomotor, el tiempo que tardarían en llegar desde un sitio hasta otro. Teníamos una fe ciega en la vida y en el futuro, idealizábamos quizá demasiado todo, incluyendo las películas y libros que caían en nuestras manos. Soñábamos ser como aquel protagonista de la ficción; nadie quería, por supuesto, ser un "segundón".
Pero cuando el día volvía a amanecer, y caminábamos hacia el centro educativo como si fuésemos a cumplir una condena en la prisión, quien estaba a nuestro lado contando los segundos y los minutos por nosotros era aquel G-Shock. Y su última campanilla, su última señal horaria por la tarde, era el sonido más esperado y deseado, la sintonía más agradable que superaba cualquier banda sonora del mejor cine del barrio o del pueblo. Era el sonido de nuestra liberación, y volvía a ser la vida nuestra y a ser dueños de ese tiempo. El paseo entonces de regreso hacia nuestra casa, o hacia el centro recreativo o el parque donde nos reuníamos con los amigos era lo más gratificante que jamás nos había pasado. Curiosamente, años después, recordaríamos que pocas veces éramos tan felices como en aquellos momentos, aunque en ese preciso instante no fuésemos conscientes de ello.
Hasta el día siguiente, el tiempo volvía a ser de nuevo nuestro, y nuestro G-Shock el infatigable acompañante que podía seguir nuestro ritmo.
| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com
Aunque yo pasé de cuadernos A5 a A4 como la mayoría, pasé de Casio F/W a analógicos. Por suerte tiempo después regresé.
ResponderEliminarYo también pasé de las libretas A5 a las A4 y ya en el instituto folios sueltos y la carpeta archivadora. Yo tenía un j-30 porque hacía atletismo. También era de los afortunados, tenía un Vespino, me lo dio mi padre cuando él se compró una Vespa Iris.
ResponderEliminarLa archivadora, es verdad :D
EliminarJo, que tiempos,bocadillo con pan y trozo de chocolate ,15 min para cargar el juego del spectrum y tu casio hay para cronometrarlo, yo era tambien de archivador con separadores para cada asignatura.
ResponderEliminarEstá muy bonita la foto del cuaderno pequeño con el W-59 y el cuaderno grande con el G-Shock (ahora mismo no caigo en cual es ese modelo).
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