Increíble. Impresionante y magistral. Os animo a leerlo. Se trata de la entrada (extensa) que el escritor Gary Shteyngart hace hoy en el Newyorker contando su historia con los relojes. La tenéis aquí (y si no sabéis inglés, traducidla, os gustará igualmente aunque tendréis que lidiar con la pésima traducción que de algunas palabras típicamente inglesas suelen hacer los traductores). Algunas cosas que tienen que ver con los relojes me han llamado la atención, y otras que no tienen que ver con estos instrumentos. Por ejemplo, cuenta que, como escritor, antes de hacerse famoso, reconocido y ganar un dinero "decente" (ya sabéis que los escritores somos más o menos como una orden mendicante moderna, así de claro), lo que solía hacer era tener ahorrado el salario de dos años, para en el hipotético caso de que nadie leyera ni adquiriese sus libros y relatos, y nadie le contratase, poder sobrevivir durante algún tiempo. Es una buena estrategia -no me digáis que no-, aunque se necesita una cosa obvia para llevarla a cabo: el salario de dos años. No todos podemos contar con semejante colchón, por desgracia.
Pero además de esas confesiones, su autor nos cuenta -que es el tema central del texto, a fin de cuentas- su experiencia con los relojes.