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10.06.2018

El hombre que cambió su reloj de cuarzo por uno de cuerda


"El hombre que cambió su reloj de cuarzo por uno de cuerda" nos cuenta la historia de Depére, un anciano que vive a los pies de una pequeña estación de ferrocarril en un pueblo francés, y cuyo único reloj en su vida fue el reloj de agujas de esa estación. Pero cuando los dueños de la estación deciden modernizar el reloj, todo su mundo se viene abajo. Para complicar más la situación, su nieto está empeñado en querer aprender la hora. ¿Qué podrá hacer ahora el viejo Depére sin su reloj, y cómo podrá lidiar con "esos raros artilugios de cuarzo" que se han "entrometido" en su vida?

Disfruta de este pequeño cuento en donde los recuerdos, los momentos entrañables y el paso imparable del tiempo se mezclan con la cruda realidad de los avances tecnológicos, enseñándonos que cualquier cambio en apariencia dramático, es también una nueva oportunidad. Acompaña al anciano Depére en la búsqueda de un reloj para que su nieto pueda seguir disfrutando del tiempo..., aun cuando él ya no esté.

12.24.2014

Cuento de Navidad: "Once mil ciento veinte y cuatro, AC"


Son más de veinte años los que llevo aquí. Día tras día la misma rutina, las mismas tareas realizadas en el mismo orden y de la misma forma. Aquí no hay noche ni día, me levanto cuando suena la alarma del reloj: son las ocho y media de la mañana. Y me acuesto cuando suena la otra alarma: las diez y media de la noche. Me pongo en pie y hago la tabla de ejercicios que tengo pegada a la pared de plástico, ya amarillenta, pero no necesito ni mirarla. Sé todos sus ejercicios de memoria, y los hago de manera casi robótica. Brazos, espalda, piernas, cuello... una serie de abdominales y luego ducharme con unos pocos litros de agua, contados y muy bien administrados. Aquí el agua es muy valiosa. A continuación reviso los niveles de energía, hago los chequeos diarios de los sistemas informáticos, bastante sencillos, y procuro no encender demasiado la iluminación para no saturar la vida de las baterías. La justa para poder leer algún libro en el lector digital de la cápsula. En esos momentos aprovecho para acercar mi reloj de Casio a la lámpara, y que sus células solares alimenten a su acumulador. Es lo único que me he traído de la Tierra. Cuando partimos solo podíamos elegir equipaje personal por no más de 250 gramos y, por supuesto, nada que emitiera radiación. Descartados teléfonos móviles u ordenadores personales, cuadernos o libros (pesan demasiado), yo me incliné por solo tres cosas: una tarjeta de memoria con libros, fotos y recuerdos, un póster de la catedral de Chartres, y mi fiel reloj Casio WVA-400.

El póster de la catedral de Chartres me aporta la luz y la inspiración que en este pequeño cubículo sabía no encontraría. Fue un consejo de mi padre, y que le agradezco cada mañana, cuando abro los ojos y lo miro, cada vez más. Al principio no creía que fuera algo tan importante: el espectáculo de ver girar y pasar a la Tierra una y otra y otra vez me parecía demasiado sorprendente como para que nada me entretuviera ni captara mejor mi atención. Pero luego de cinco, ocho, diez años aquí mirando siempre el mismo planeta girando suspendido sobre el fondo negro uno puede acabar loco.

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