RelojesDeModa.com

3.17.2021

Una declaración de intenciones



Hace unos días me encontraba en la sala de espera para entrar al médico, y me di cuenta de mi reloj. Siempre llevo reloj, pero lo que quiero decir es que me di cuenta de lo "excesivamente llamativo" que resultaba mi reloj. Fue una de las pocas ocasiones en las que no me sentí a gusto con él, hasta el punto de decidir quitármelo y guardarlo.

Antes había detalles que le permitían a uno conocer las capacidades económicas y la posición social del tipo de persona que tenías frente a ti. Y no me estoy refiriendo a su categoría o empleo (cuestiones esas que, por cierto, hasta solo unas décadas atrás te venían reflejadas en tu mismo carnet de identidad y bien a la vista de todo el mundo), sino a su vestimenta y a sus complementos.




Uno de esos elementos era el calzado. Fácilmente se podía saber cuanta era la capacidad adquisitiva con el que hablabas, si mirabas su calzado. Si eran alpargatas o unas cutres sandalias con suela de esparto, sabías que era un "currante" de clase baja, un labriego, minero o vendedora ambulante. Si eran brillantes y lustrosos zapatos de piel, a precios prohibitivos para la mayoría, sabías que era un ingeniero, abogado o médico.

Con el reloj ocurría lo mismo. Quienes llevaban reloj eran unos privilegiados, más explícitamente: quienes podían llevarlo en hora. Porque no olvidemos un detalle crucial: aquellos mecánicos eran tremendamente inexactos, y su mantenimiento solo estaba al alcance de unos pocos. La mayoría del "populacho" que podía adquirir un reloj o que se lo regalaban por una ocasión muy, muy especial - y única en la vida, probablemente -, jamás volvería a pisar una relojería. Esas tiendas estaban únicamente destinadas a personas "de copete", y para sus escaparates de engalanadas y brillantes joyas, mejor ni mirar. Quienes atravesaban las puertas de aquellos elitistas locales no iban precisamente en alpargatas ni con gorras desgastadas, sino con bombín y haciendo bailar un pulcro bastón con empuñadura de plata en su mano.



Obviamente, también existían locales más "asequibles", los que llamaríamos hoy unos "cambiapilas" pero, sin embargo, algunos de sus dueños poseían una considerable destreza, por cierto. Sobre todo teniendo en cuenta sus herramientas "nada especializadas" y las limitaciones de sus negocios. Aún sobreviven en ciertos países del mal llamado "tercer mundo", y hacen una gran labor.

No obstante, ese tipo de sitios podían ser habituales en las grandes ciudades, pero no en villas y pueblos medianos o pequeños. Con un poco de suerte quien te "reparaba" el reloj era el conocido "manitas" o "habilidoso" de turno, que había aprendido en la mili telegrafía - aunque no tuviera nada que ver con la relojería - y que era relativamente hábil con los aparatos mecánicos. Así que un día estaba reparando una bicicleta, y al día siguiente te ponía en marcha tu reloj. La mayoría de las veces no podía hacer más que "juguetear" con el órgano regulador para acelerar o aminorar su marcha, pero cuando al devolvértelo te decía: "ahora funciona bien", te llenaba de alegría y regresabas a casa con el reloj en la muñeca como si funcionase mediante ajuste vía satélite.



Claro que "la exactitud" te duraba un par de días, pero tú ya te habías olvidado de la alegría que te había causado volver a recuperar tu reloj siendo funcional - o medianamente funcional, al menos -, y tras el disfrute de aquel momento, que te quitasen lo bailao. Volvías a tener que hacer cálculos mentales con los horarios de trenes o de oficios religiosos, para saber los minutos de retraso (o adelanto) de tu reloj respecto a esos acontecimientos. También era verdad que el pobre "manitas" había hecho lo que había podido, la mayoría de dispositivos de ajuste de marcha estaban ya a tope en el "+" (para adelantar la marcha) o en el "-" (para reducirla), y salvo una limpieza en profundidad, aceitado y ajuste pieza por pieza, poco se podía hacer con aquella suerte de "batallones" de relojes que llevaban los comunes de los mortales - que eran la mayoría - en sus muñecas.

Hoy eso ha cambiado mucho. Porque por aquellos años, el privilegiado que llevaba un Tudor o un Omega era, ciertamente, un privilegiado. Y de eso no te debía caber la menor duda. Ahora puede que sí... O puede que no. El mercado está plagado de fidelísimas copias - salvo en materiales, obviamente - con acabados muy difícil de distinguir para un profano (o para una fugaz mirada), a precios casi irrisorios. Así que cualquiera puede llevar un IWC Portuguese en su muñeca, aunque de IWC tenga solo el nombre. Y eso sin olvidar que, detrás de ellos - o más bien, en su interior - están dotados de uno de esos calibres que tanto abundan y que puedes adquirir por una irrisoria cantidad, de Miyota o de TMI/Seiko. Calibres que, por otra parte, son mucho más fiables y robustos - en muchas ocasiones al menos - que los de aquellos que llevaban nuestros abuelos en sus Cyma, sus Elgin o sus Cauny.



Por eso lo que a veces nos venden algunas marcas - principalmente del lujo - respecto a que un reloj te da un gran porte social, es muy relativo hoy. Era cierto ayer, como acabamos de explicar, pero no hoy. Quizá el IWC que lleve el que esté a tu lado esperando a entrar en la sala del médico sea más barato que el G-Shock de colorines del chiquillo que acaba de regresar del instituto que tiene frente a él. A éste puede que le hubiera costado varios cientos de euros la edición especial solo por ser eso, una edición limitada.

También puede ser que el G-Shock, sin embargo, sea también otra burda falsificación. Así que no hay un reloj con el que puedas presumir, a no ser que lleves su certificado de autenticidad siempre contigo, lo cual es, sobra decirlo, una soberana tontería.

Por eso, quizá, me atraen tanto - y atraigan a tantas personas - los Collection más humildes. Porque mira, en este mundo de hoy son los que quedan que pueden considerarse realmente sinceros. Sí, eso es: son relojes sinceros, toda una declaración de intenciones. Porque todo el mundo ya sabe de sobra que un F-91 está tirado de precio, y aunque sea una falsificación, también está con un precio irrisorio. Y por supuesto ni es ostentoso, ni quiere parecer más de lo que tiene. Es, simplemente, funcional. Un reloj fiable y confiable en el cual mirar la hora, con el que no despiertas ni la envidia ni las sospechas de nadie, caso de que sea un original o una copia de uno de esos relojes "de postín" de los que hablábamos.



Con un F-91 puedes ser un hombre de éxito... O no. O puedes ser un pobretón... O no. Quién sabe. Lo mejor es que tampoco necesitas aparentarlo, porque a diferencia de los smartphones, los automóviles, e incluso la vestimenta de ropa cara y de marca, esos humildes relojes siguen fieles a un principio básico que nunca ha cambiado, aunque todo el mundo de la relojería lo haya hecho. Que para saber la hora no hace falta adornarse estúpidamente ni vestirse con traje de fiesta. Que hasta un humilde F-91 te la puede decir..., y con una precisión pasmosa. Y sin necesidad de gastarte la paga del mes en una relojería, ni tener que recurrir a los remiendos del manitas de turno para "recalibrar" su marcha y hacerla un poco, digamos, "digerible".

Son de ese tipo de relojes que ni tienes que enseñar, ni ocultar. Simplemente disfrutar de ellos placenteramente y en paz.

| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com




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2 comentarios:

  1. Me ha encantado este post. Y no solamente porque el F91W no sea un reloj para aparentar, sino porque ofrece mucho más de lo que la mayoría podemos necesitar.

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  2. Me ha gustado eso de que si ves a alguien con un f91 no puedes saber de qué clase es, totalmente cierto, a su simpleza, comodidad y robustez se suma dos elementos: uno, que está de moda, dos, que se ha convertido en un auténtico icono que va más allá de la relojería

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