En el currículum escolar de los niños suizos históricamente ha estado, cómo no, el aprenderse la hora. Es algo lógico y casi diríase obligatorio en un país que tiene a la industria relojera como uno de sus más importantes aportadores en el montante del Producto Interior Bruto (bueno, y la banca, los chocolates...). Pero hoy en día algunas voces se levantan preguntándose si tiene aún sentido enseñar a los niños a leer las manecillas de un reloj analógico, cuando todo a su alrededor se lee en digital y, en la mayoría de ocasiones, la hora la leen también en formato digital.
En el diario 24heures una madre cuenta la catastrófica experiencia que vivió cuando su hijo se puso a mirar la hora en el reloj de agujas de la estación, y se dio cuenta que no sabía con exactitud interpretarla. Esto responde -añaden- a que las últimas generaciones ya no necesitan mirar los relojes de las iglesias o campanarios para saber la hora, basta con echar un vistazo a su smartphone. Han crecido en un mundo digital donde las agujas y los instrumentos de medida en formato analógico han pasado a un segundo plano, no solo en relojería, sino en la mayoría de aspectos de la vida (reglas de cálculo en digital, analizadores de voltajes y aparatos médicos en digital, balanzas en digital...), cuando antes era justo lo contrario, y lo habitual era ver indicadores con flechas analógicas moviéndose sobre un dial por todos lados.