Esa sentencia la leí una vez en un libro, y aunque es bastante categórica, no deja de tener su parte de razón. Ahora los delincuentes no se detienen en las calles, sino a través de perfiles de Twitter. Satélites espía recogen nuestros datos de redes sociales (da igual que estén ocultos o protegidos, eso no supone ningún problema para los analistas) y de las cuentas de correo, y los analizan, los clasifican, los conservan creando perfiles sobre cómo somos, qué pensamos, qué comemos, qué cosas nos interesan cuando buscamos en Internet mediante los buscadores, y un sin fín de parámetros que se convierten en expedientes en donde aparece de nosotros información más íntima que la que sobre nuestra persona saben incluso nuestras parejas.
Usando las redes de telefonía móvil pueden triangular nuestra posición, saber donde estamos y qué hacemos allí. Mediante puertas de acceso a los Sistemas Operativos (a veces facilitadas por las propias compañías, como Microsoft o Macintosh) conocen toda nuestra vida off-line. Y ahora las redes de telefonía 3G y 4G les facilitan mucho más su trabajo, haciendo que solo tengan que pulsar un botón para escuchar nuestras conversaciones, saber por los acelerómetros y múltiples sensores, GPS, y todo el ejército de "apps" de todo tipo que siempre están conectadas incluso nuestras horas de sueño, nuestra posición, si nos gusta correr en coche o preferimos dar paseos. Un sin fin de ojos nos espían, nos miran, nos escrutan con sus miradas frías y robóticas desde grandes centros de control de datos. Incluso pueden vernos, incluso -se dice- pueden activar las cámaras de nuestros smartphones y saber qué es lo que estamos haciendo en cada momento, con quien estamos, y si acabamos de levantarnos de la cama o estamos de borrachera en una discoteca. Todo. Todo, todo, y más aún.