Corría el año 2000, estaba en prácticas en una empresa y el jefe me había pedido realizar el proyecto previo de una aplicación para el diario de más tirada de la región. Era la primera vez que iba a estar al frente de algo así, y solo la documentación requerida me hacía temblar de pies a cabeza. En el mundo laboral tú mismo te sacas las castañas del fuego, no tienes a nadie, como cuando estudias, ni puedes recurrir al profesor o a los compañeros. Ahí te busques la vida y lo resuelvas.
En mi muñeca estaba un W-94. Lo había comprado en la típica tienda de electrónica, tras el fiasco que supuso el modelo precedente, al que le agoté la pila con la electroluminiscencia mientras ejercía el voluntariado en Cáritas. Por aquel entonces no tenía ni idea de displays, ni de modelos, ni de nada, así que cometí el error de adquirir la versión holográfica, ¡horror! ¡No se veía un pimiento! Pero tenía que tragar y aguantarme.