Ella vive en un pequeño apartamento entre dos patios de luces. La casa, cuando los días se vuelven tan oscuros como en esta época del año, tiene que permanecer con la luz encendida de los tubos fluorescentes durante todo el día. Su tenue luz blanquecina se difumina entre las sombras diurnas de los tejados, que chocan y bailan en las paredes del patio interior.
Vive a solas con su madre, a la que cuida desde hace muchos años y sólo es su consuelo, al anochecer, cuando la gente regresa del trabajo, de sus tareas y sus peleas diarias, y ella puede hablar por teléfono con su amiga de la infancia, que tuvo que irse a ganarse la vida lejos, muy lejos, en otro país. A otro continente.
Cada tarde, tras atender a su madre y dejarla viendo la televisión antes de darle un montón de pastillas e irse a dormir, ella se sienta en un rincón de su cama, se cubre los pies con una manta y mira su reloj. Contempla su minúscula esfera, y mira con hipnótica viveza el transcurrir del segundero, ansiando la hora exacta, las ocho en punto de la tarde, para llamar a su amiga. Los minutos se suceden en el display digital con sórdida parsimonia. Se arrastran, se diluyen pesarosamente como una barquita alejándose en alta mar. Al fin su humilde LA670 da las ocho. Y una sonrisa aflora en su cara. Desde el otro lado del mundo, su amiga espera también mirando ansiosamente su reloj a que suene el teléfono.
| Redacción: Zona Casio
¡Que bonito y elegante artículo! Quién no ha recurrido a ver el transcurso del tiempo pasar en un reloj, o guardatiempos, de ahí el nombre.
ResponderEliminar