De pequeño te ponían la ropa que le iba quedando pequeña a tu hermano (o hermanos), no elegías el modelo de pantalón o chaqueta, ni por supuesto su color. Si te servía ya era suficiente, y gracias. Tampoco elegías la comida, "come verduras, y listo" (a no ser que fueras un niño malcriado, claro..., seguro que no era vuestro caso), ni dónde vivir. Si tu barrio era bueno o malo, y tu casa era medianamente decente o llena de humedades, te aguantabas y a tirar con lo que había. Si me apuras, ni siquiera podías elegir bicicleta. Yo quería una Torrot de aquellas "de ruedas gordas". Salí del taller con una BH "de paseo" que pudiera compartir con mis hermanas "y date por contento".
Siempre pensábamos que cuando seríamos mayores las cosas cambiarían, pero no, han ido mucho peor. Empezando por el coche, la mayoría de los mortales no hemos podido elegir ni marca, ni modelo, ni muchísimo menos el color preferido. Ya nos dábamos con un canto en los dientes si ese de segunda mano que hemos encontrado al alcance de nuestras posibilidades no nos da problemas mecánicos durante unos años. No hemos elegido esposa, ni novia... Son ellas las que nos acabaron eligiendo. Claro, queríamos esa pelirroja simpatiquísima, con estudios, buena carrera y unas curvas que quitaban el hipo. Acabamos... Bueno, acabamos con la primera que llegó y nos hizo un poco de caso. Obviamente tampoco elegimos los hijos, en muchos casos hasta llegaron de sorpresa. No elegimos que sean rebeldes, contestones, o unos desagradecidos. Ni guapos, ni morenos, ni rubios..., ni gordos, ni altos, ni bajos.