Hace unos cuantos años me regalaron un reloj bastante, digamos, elitista. No lo compré yo, fue un regalo, insisto. Pero el caso era que, llevando aquel reloj en mi muñeca, no acababa de sentirme bien. Puede ser por falta de costumbre en llevar relojes lujosos, por no estar habituado a vestir modelos escandalosos, o porque me sentía mal conmigo mismo por la razón que sea. La cuestión era que, yendo por la calle, miraba los relojes de la gente, y sobre todo los de las personas más humildes: currantes, jubilados, mendigos, parados... Y empezaba a darme vueltas la cabeza pensando: "mira, ese no lleva un reloj como el tuyo", o: "con el reloj que tú llevas, y esos no tienen ni para zapatos".
Por fortuna para mí, el reloj acabó estropeándose, así que me deshice de él. Y fue un gran alivio, os lo confieso.