Si uno acude al elitista y sumamente exclusivo concesionario de Bugatti en Nueva York, hay dos cosas que llaman poderosamente la atención: una, su tamaño, que roza el ridículo. Apenas veinte metros cuadrados, que contrasta con los enormes espacios de venta de los concesionarios de cualquier otra marca generalista. Hasta Dacia tiene más espacio en la sala de exposición de una tienda europea que Bugatti en todo su concesionario estadounidense.
La otra es que apenas hay mobiliario, ni coches: solo cuatro asientos, muy juntos por necesidad, y un único y solitario Bugatti Veyron en exposición. La razón es muy sencilla: los Veyron están muy demandados, tienen una larga lista de espera y cuando fabrican uno (que hacen muy pocos al año) ya está vendido. De manera que poder tener un solo modelo en exposición es ya, de por sí, un lujo en sí mismo.