El mundo de la falsificación no es una peculiaridad en el mundo del consumismo reciente, ni mucho menos. Sus tentáculos son tan antiguos casi como el propio comercio, aunque su popularización (y práctica omnipresencia) tenga no muicho más de cuarenta o cincuenta años.
Dejando aparte, como un caso curioso y en algunos aspectos aislado, las realizaciones de la Unión Soviética, en donde podría calificarse su "falsificación" como copia o plagio de tecnología occidental, pero poniéndole su propia impronta (en algunos casos, no en todos, porque en otros aspectos como en los ordenadores fueron auténticos pioneros), o copiando diseños de exterior pero manteniendo su filosofía de robustez, durabilidad y simpleza en los componentes y piezas, el mundo de la relojería vio nacer a muchísimas marcas que quisieron unirse al carro de los relojes superventas de la época y, con más éxito o menos, tratar de obtener parte de los beneficios de ese prestigio muchas veces a costa de engañar a incautos clientes y, otras, queriendo esconder su falta de innovación y elegancia tomando formas, diseños y variaciones, de modelos de relojes muy populares en el mercado.