A las agujas de los relojes analógicos a veces se las denomina como "espadas", y de hecho muchas de ellas suelen tener esa forma de espada, cuchillo o puñal, una palabra muy gráfica que nos evoca su labor: apuñalar el tiempo, herirlo hasta matarlo y, en nuestro caso concreto, ir cortando el tiempo poco a poco, minuto a minuto, movimiento a movimiento, de nuestras vidas. Cada vez que miramos el reloj sus cortantes cuchillas nos arrancan y se llevan un trocito de nuestra vida, o más concretamente un trocito del tiempo de vida que nos resta sobre este perecedero mundo en esta, también perecedera, existencia.
Imperceptible pero salvaje e imparable, su movimiento nos anticipa un fin más o menos cercano, y en ese sentido casi podría decirse que un reloj no es más que una máquina de matar. Aunque en realidad a veces sea el único testigo que es capaz de atestiguarnos el escondido e intratable paso de la vida escapándosenos, del precipicio que supone la última frontera acercándose.
Lo más curioso es que detrás de nosotros el reloj seguirá contando, cuando ya no nos importe ni su constante movimiento sea imprescindible para nosotros. Pero quizá nos recuerde con pena y tristeza el tiempo que habíamos perdido y que nunca volveremos a poder recuperar.
| Redacción: ZonaCasio.com / ZonaCasio.blogspot.com
Ya lo dijo Roberto Cantoral: "Reloj, no marques las horas..."
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