Aunque la más conocida fue la infortunada suerte que sufrió la famosa biblioteca de Alejandría, en el mundo antiguo se sabe que existían otros centros del conocimiento, como la biblioteca de Pérgamo o la biblioteca de Constantinopla, edificios donde se albergaban todo tipo de "almacenes del saber" que aglutinaban textos, libros, tratados e investigaciones de todo tipo desde los tiempos más antiguos.
Si bien a la de Alejandría se la llama "biblioteca", la palabra no describe realmente lo que allí acontecía, ya que no era una biblioteca en el sentido actual con el que nosotros lo entendemos, puesto que era un centro de estudios, de formación, de cultura y del saber, así como un depósito donde se almacenaban, guardaban y ordenaban todo tipo de textos venidos (gracias a la posición e importancia comercial de la misma Alejandría) de los cuatro puntos cardinales. Era, por lo tanto, una mezcla de lo más parecido a universidad y museo, archivo y centro cultural.
Imagen alegórica del incendio de la biblioteca de Alejandría. |
Aunque es verdad que ahora los historiadores suponen que el conocimiento (o el centro del conocimiento) se trasladó, tras Alejandría, del mundo occidental al oriental, también aseguran que su desaparición sumió a la humanidad en una época oscura de la que tardarían siglos en recuperarse, e hizo que la humanidad no llegara al nivel inicial de aquellos conocimientos que allí se guardaban hasta la baja Edad Media, nada menos que quince siglos después.
En Alejandría había "de todo", pero se presupone que lo que allí se guardaba incluía manuales y tratados de mecánica y de tecnologías como engranajes diferenciales que la humanidad no volvería a recuperar (redescubriéndolos) hasta muchos siglos después. Y esa recuperación en occidente llegó vía oriente, desde China y la India principalmente. Sin su ayuda probablemente la tecnología diferencial actual (la que da vida a un reloj mecánico, por ejemplo) puede que se hubiera quedado perdida para siempre. Dado que en la Edad Media el interés principal de los que podríamos llamar "científicos" (o al menos lo más parecido que existía en aquellos tiempos), que eran los alquimistas, estaban centrados en fórmulas y pociones un tanto "mágicas", no sería muy descabellado suponer que en lugar de relojes mecánicos las personas de los siglos venideros medirían su tiempo (y el nuestro) con relojes químicos o hidráulicos (el imperio romano aportó un gran conocimiento acerca de la hidráulica).
Las consecuencias de la desaparición de los grandes centros del conocimiento y del saber fueron más allá, y eran más dramáticas de lo que se podría imaginar. La humanidad retrocedió en un pestañeo cientos de años, y el conocimiento tecnológico se quedó fuera del alcance de la mayoría. Durante los siglos venideros reinó el analfabetismo, las carencias y la falta de recursos técnicos y tecnológicos, y los pueblos se sucedían en constantes y sangrientas batallas continuas. Hasta tal punto llegó el ser humano a desorientarse que se olvidó de pensar o de imaginarse, de hecho la imaginación, el pensamiento filosófico e incluso la recapacitación y reflexión interior, algo tan habitual en nuestros días y que experimentamos a diario, fue algo que no se redescubrió hasta la Edad Media, en los monasterios. Tanto es así que en la Europa de aquellos siglos no se conocía algo tan básico como el cero, llegado de oriente, mientras que en el Viejo Continente aún se sostenían intelectualmente con los restos del, desaparecido siglos atrás, Imperio Romano.
Para ahondar más en esa trágica realidad, la Inquisición trajo consigo la persecución de todo lo que significase conocimiento y divulgación no religiosa, y aunque -contrariamente a lo que comúnmente se piensa- los tribunales inquisitoriales eran en sus juicios más generosos y menos ensañadores que la justicia civil (por ejemplo, en las torturas de la Inquisición no se podía derramar sangre), sí obligó a que se quemaran en hogueras todos los libros profanos.
Mecanismo de Anticitera con el sistema de engranajes descubierto hasta la actualidad. Algunos fines de sus engranajes son todavía teoría. |
Pero por fortuna algo había cambiado durante todo aquel tiempo: el conocimiento y las mejores bibliotecas no estaban en manos del pueblo, sino dentro de los monasterios, donde se preservaron y de ahí emergieron las primeras universidades y centros del saber que gestarían nuestra actual tecnología.
De no ser por ellos, por los monasterios (sobre todo los benedictinos) ahora no tendríamos nuestro reloj mecánico. Sería un mundo sin relojes o, por lo menos, no tal como lo conocemos en la actualidad. Los engranajes permitieron la miniaturización de piezas, algo que había sido más difícil de conseguir con otro tipo de tecnología como la hidráulica. La tecnología del vapor, la farmacopedia y todo tipo de artes (como la caligrafía) surgió de entre las oscuras celdas de los monasterios, aisladas de un mundo en constantes guerras feudales y en el que reinaban los miedos, las rencillas y la superstición. Los prelados, obispos y papas, interpretaban la Biblia a su antojo y como se conviniera en cada ocasión, preservando -y evitando- que el pueblo llano accediera a la misma porque se consideraba que la clase baja, villanos y aldeanos, no poseían "la suficiente sabiduría" como para hacerlo. A la vez, reyes y príncipes, duques y todo tipo de poderosos señores feudales escribían leyes y sellaban decretos a placer, obligando a las gentes humildes a someterse a sus desvaríos y a sus apetencias más inverosímiles (como la prima nocta) sin ninguna posibilidad de defensa para el analfabeto e indefenso ciudadano o aldeano.
Dos fueron los pilares que durante muchos siglos sostuvieron en ese estado represivo a millones de personas de todo el mundo: la carencia y/o desaparición del conocimiento, y la falta de acceso al mismo que aquello trajo consigo, por su extrema escasez. Pronto los poderes establecidos vivieron una situación en la que podrían controlar fácilmente a sus súbditos.
La tecnología de engranajes mecánicos presente en los relojes, y más tarde la digital -que vivimos en la actualidad-, supuso un cambio, toda una revolución que no solo otorgó conocimiento, sino también libertad; pero también tiene que suponer un recuerdo para que nunca olvidemos la represión y el salvajismo al que conduce el enfrentamiento entre los pueblos, al que nos conducen las armas y el odio. Poder ser capaces tras tantísimos siglos sin lograrlo la humanidad (en donde millones de personas solo podían saber la hora aproximada del día según se moviera el sol en el cielo o la duración de la luz solar que hubiese en cada estación anual) de conocer el tiempo que estamos viviendo, el presente segundo a segundo en una aguja o con un contador digital, debería ser un testigo imperecedero de que estuvimos a punto de no recuperarnos. Y que, tras haberlo sufrido una vez, no debería repetirse porque las consecuencias en forma de sufrimiento y desesperación son dramáticas. Ojalá hayamos aprendido la lección.
| Redacción: ZonaCasio.com
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ResponderEliminar¡Con Roma hemos topado! La Roma Imperial todavía sigue en pie (con pies de barro y hierro) bajo otro nombre, la famosa capa color escarlata que acompañaba a Julio Cesar en todas sus campañas y con la que borro el conocimiento que era molesto para los intereses de Roma y con la que destruyo la Biblioteca de Alejandría, ese mismo poder que falsea la Verdad y esa misma capa escarlata que se arrastra por todo el globo terráqueo, siguen todavía en activo y lo seguirán estando hasta los tiempos finales, el que tenga oídos que oiga.
ResponderEliminarEl reloj supuso una revolución del mundo exterior, pero también una implosión del mundo interior de la gente, todos los relojes tendrían que marcar hacia Orión y no digo más.
Excelente artículo Bianamaran, me ha gustado mucho.